Inesperado: Las personas pueden “oler” las enfermedades infecciosas

Viernes, 26/05/2017
Al parecer, lo que se olfatearía sería sistema inmunológico activado. Un mecanismo evolutivo destinado a evitar a quienes pueden contagiarnos.
Rodrigo Lara Serrano/Cluster Salud

Si se va a poner nervioso leyendo este artículo y comenzar a sentir reflejos de asquito, sea valiente, tápese la nariz y avance línea a línea. No sienta vergüenza, la relación de todos nosotros, los animales parlantes, con los olores tiene sus vueltas. Nadie se salva. En especial si se trata de aromas que vienen de los cuerpos. De otros cuerpos humanos.

Sigmund Freud, perspicaz, lanzó una idea sobre el por qué está hipersensibilidad al combo olor-cuerpos: dijo que, tal vez, cuando éramos más prehumanos que humanos, nuestro sentido del olfato era tan poderoso, digamos, como el de un perro o un burro.

¿Qué pasó entonces? Para el creador del psicoanálisis perder ese poder habría sido el costo a pagar por la civilización. Sucede que la vida en comunidades densas se lleva mal con los olores. Primero, entregan demasiada información “íntima”. Un ejemplo: la reacción, a destacar precisamente por absolutamente exagerada cuando se piensa en ella, de ciertas personas, a la influencia del ajo (un alimento benéfico) en el aliento o el sudor.

Sin duda se trata de una señal de cuánto nos puede perturbar la cercanía “aromática”.

Segundo, los olores (a diferencia de los sonidos y colores) no pueden ser expulsados tan fácilmente de la conciencia. Persisten en exigir nuestra atención. Nos quitan “capacidad de procesamiento” para el resto de las funciones mentales.

Fue lo que le ocurrió a Stephen D., estudiante de medicina, quien conoció al neurólogo Oliver Sacks debido a una metamorfosis inesperada: un día despertó pudiendo olerlo todo. “Se dio cuenta que podía distinguir a todas sus amistades (y a todos los pacientes) por el olor (…) cada uno de ellos tenía una fisonomía olfativa propia, un rostro de olor, mucho más vívido, evocador, y fragante, que cualquier rostro visual”, escribe Sacks en la crónica “El perro bajo la piel”.

“Un rostro de olor”. Todos lo tenemos. Nadie (humano) lo ve.

Pero para Stephen D. (que había entrado en este estado tras mezclar drogas) este nuevo “súper poder” tenía su precio: “Era un mundo abrumadoramente concreto, de detalles (…) un mundo abrumador por su inmediatez, por sus significación inmediata”, recordaba, luego, Stephen. La experiencia del día a día subió a un nuevo nivel de intensidad. ¿Qué  podría haber de malo en ello? Se le comenzó a hacer cuesta arriba pensar en términos abstractos. “Un poco intelectual hasta entonces, e inclinado a la reflexión y la abstracción, el pensamiento, la abstracción y la categorización pasaron a resultar un tanto difíciles e irreales, dada la inmediatez perentoria de cada experiencia”, cuenta el neurólogo.

A las tres semanas, el fenómeno desapareció y quedó en los anales como uno más de los, más bien escasos, casos de “hiperosmia”: olfato recargado, diríamos, producto de una “agitación dopaminérgica” en el cerebro. Una linda historia para contar, pero sin mayores implicancias.

Olor a “alerta roja” inmunológica

Sin embargo, ahora, un equipo europeo de investigadores que trabajan en el Instituto Karolinska de Suecia parece haber encontrado evidencia de que “algo” de la hipersensibilidad olfativa prehumana sobreviviría en nosotros: podemos oler, aseveran, a quienes tienen enfermedades contagiosas.

En artículo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, el grupo describe los experimentos que realizaron con voluntarios sometidos a exploraciones vía fMRI (functional magnetic resonance imaging) o resonancias magnéticas, mientras observaban fotos y olían las muestras de olores corporales de personas que experimentaban una respuesta inmune inducida.

Los investigadores querían probar si disponemos de la capacidad de oler la enfermedad en otras personas para evitarlas y así prevenir las infecciones.

Para ello recurrieron a la ayuda de voluntarios a ocupar uno de dos papeles principales: una persona hecha parecer enferma, o el de “personas sanas” que intentan juzgar la salud de las primeras simplemente mirándolos u oliendo una muestra de su aroma corporal.

En concreto, los experimentos consistieron en pedir a un grupo de 22 voluntarios que permitieran a los investigadores inyectarles un tipo de bacteria inofensiva que activaría su sistema inmunológico. Luego, los investigadores obtuvieron muestras de olor corporal de cada uno, y fotografiaron sus caras. Otro grupo recibió un placebo.

Hecho eso, se llamó a los volutarios que actuarían de “personas sanas” y se les pidió que se sometieran al análisis de fMRI mientras miraban las fotografías y olían las muestras de olor corporal.

En el experimento, los cerebros de las “personas sanas” resultaron activados al olfatear olores corporales de sujetos con sistemas inmunes activados, en lo que los investigadores describieron como una reacción multisensorial.

Además, también encontraron que éstos voluntarios clasificaron a las personas en las fotografías con sistemas inmunes activados como menos atractivos. Lo hicieron incluso cuando olfatearon muestras de olor corporal de personas "enfermas" (inyectados con la bacteria antes mencionada), pero se les mostraron fotografías de personas "saludables".

La conclusión es sugerente: los seres humanos tenemos un modelo de evitación de la enfermedad que incluye mecanismos olfativos. Estos es, podemos reconocer estados infecciosos no evidentes, visualmente, de terceras personas, oliéndolos. Aunque no seamos conscientes de ello. Suena lógico: se dice que el miedo y la violencia pueden olerse, ¿por qué no la lucha contra la enfermedad?

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