En Israel la vacunación ha sido un “éxito”, ¿cuál es su estrategia?

Lunes, 25/01/2021
Gracias a su sistema de salud y a su capacidad logística, entre otros factores, Israel es hoy el país que más dosis de vacunas ha administrado a su población. .
El Espectador

No hace falta que observe con mucho detalle el siguiente gráfico para percatarse de lo que está sucediendo en Israel. Hoy es el país que más dosis de vacunas contra el COVID-19 ha administrado a su población. Al 21 de enero había puesto 38 dosis por cada 100 habitantes, logrando alcanzar a casi el 30% de ellos, un registro mucho más alto que el que puede ostentar cualquier Gobierno. Allí, además, unas 550 mil personas ya han recibido la segunda dosis.

“El milagro israelí” es la manera como lo han calificado algunos medios de comunicación. Desde que el 19 de diciembre ese país empezó a recibir las primeras vacunas de Pfizer/BionTech, los ojos de científicos y salubristas han estado atentos al proceso por dos razones, principalmente. La primera es porque ese proceso ayudará a despejar varias preguntas sobre las vacunas. La segunda obedece a las enseñanzas que puede dejar la organización y la complejidad logística que requiere la inmunización.

Hay también un tercer motivo ineludible: Israel ha decidido dejar por fuera de la vacunación a cerca de 5 millones de palestinos. Ser el protagonista de esa discriminación ha desencadenado muchas críticas de organismos internacionales. Esto viola los valores de la profesión médica, apuntaba hace unos días en The New York Times Mustafa Barghouthi, quien forma parte del comité de salud palestino del COVID-19.

“Mientras Israel celebra una campaña de vacunación sin precedentes, millones de palestinos que viven bajo el control israelí en Cisjordania y la Franja de Gaza no recibirán ninguna vacuna o tendrán que esperar mucho tiempo para recibirla”, replicó Saleh Higazi, director regional de la Amnistía Internacional en Oriente Medio y el Norte de África. Ni siquiera, recordaba Barghouthi, se la están tanto a los miles de prisioneros palestinos. “En la atención médica no debe haber algunos pacientes menos dignos de tratamiento”, decía.

Cuenta el periodista Danny Zaken en el diario Globes, uno de los principales periódicos de Israel, que el año pasado, entre las discusiones que estaban teniendo expertos y funcionarios del Gobierno en torno a cómo acceder a una vacuna, surgió una idea: ofrecer datos a las compañías farmacéuticas sobre el resultado de la vacunación mucho antes que otros países. Sería una forma de persuadirlas para que se convirtiera en una de las primeras naciones en ser vacunadas.

La idea, apunta Zaken, no cayó nada mal. Tras un Consejo de Seguridad Nacional hecho en noviembre del 2020, se decidió que debía ser el mismo Primer Ministro, Benjamin Netanyahu, quien le planteara la opción a los directivos de los laboratorios. Tendría, claro, asesores que le darían una mano y una chequera que le permitiría pagar un muy buen precio por las dosis.

Pfizer escuchó a Netanyahu, ansioso por elevar su reputación antes de las elecciones del próximo marzo. Luego la compañía consultó a la Organización Mundial de la Salud y a otras autoridades sanitarias. Al final, la multinacional decidió examinar con lupa el sistema de salud de Israel y quedó impresionado con la calidad de información que tenía en sus bases de datos. Con todas las historias clínicas digitalizadas y un sistema que cubría a toda la población, parecía casi un hecho que Israel suministraría de manera rápida datos confiables sobre efectos secundarios, eficacia o el tiempo en el que alguien se demora en desarrollar anticuerpos. También sobre qué tanto puede proteger una sola dosis (la vacuna de Pfizer está compuesta por dos). Podrían discriminar la información según grupos poblacionales, edades o comorbilidades.

El acuerdo, de 20 páginas, fue firmado unos días después. En él quedó claro que el objetivo sería “determinar si se logra la inmunidad colectiva después de alcanzar un cierto porcentaje de cobertura de vacunación”. Como ha sucedido en muchos países, el precio y la cantidad de dosis que se venderían se mantuvieron ocultos, aunque algunos medios se han arriesgado a dar una cifra. The Guardian aseguró que Israel pagaría US$62 por dosis. Otros simplemente han dicho que es el doble del valor cobrado a EE.UU. (US$19,50).

“Lo que básicamente le dijimos a Pfizer, a Moderna y a los demás fue que si somos uno de los primeros países en empezar a vacunar, muy pronto estas empresas podrán ver los resultados. Es una especie de situación en la que todos ganan”, resumió a la agencia Reuters Yuli Edelstein, ministro de Salud israelí. “Esperamos ser un modelo para el mundo. Otros pueden aprender de nuestras experiencias; no tienen que empezar desde el principio”, complementó Arnon Afek, subdirector del Centro Médico Sheba.

Como lo indican medios locales, tras esas conversaciones Pfizer ha enviado entre 100 mil y 500 mil dosis por semana a Israel. En promedio inyectan a 150 mil personas por día, aunque hace unos días lograron un récord de 210 mil.

“Seremos el primer país del mundo en salir del coronavirus”, dijo Netanyahu. Su promesa es que a finales de marzo (cuando son las elecciones) todos los mayores de 16 años ya estén vacunados.

El “secreto” del éxito

Pero, ¿por qué Israel resultó tan atractivo para Pfizer? Uno de los puntos claves tiene que ver con una población no muy grande: 9,3 millones de personas (sin incluir a los Palestinos de Cisjordania y Gaza) concentradas en solo 22,145 km² (Colombia tiene unos 1.143 millones km²). Eso le permite a las autoridades moverse de manera rápida entre una infraestructura desarrollada, algo vital para administrar una vacuna que requiere una temperatura de -70ºC.

Sin embargo, el verdadero atractivo de Israel es su sistema de salud. En 2017 un equipo liderado por el profesor Mark Clarfield, del Medical School for International Health de la Universidad Ben-Gurion (Israel), explicó en un artículo publicado en The Lancet las virtudes y desaciertos de un modelo que ya tenía unas sólidas bases cuando se estableció el Estado isrealí (1948) y que en 1995 ya había logrado asegurar el 95% de su población.

El gran salto se había dado un año antes, cuando el parlamento aprobó la Ley nacional de aseguramiento en salud. Eludiendo muchos detalles, permitió que todos los residentes de Israel (legales, claro) tuvieran acceso gratuito a servicios de salud y a una “canasta” de medicinas y tecnologías que se actualiza de manera periódica (aunque deben, como en Colombia, pagar unos copagos). Sin tener un gasto elevado en salud, lo cual criticaban porque parecía estar “estancado”, disfrutaban de índices sanitarios favorables y una alta esperanza de vida (80 años, los hombres; 84, las mujeres), reseñaba Clarfield.

Uno de los puntos de éxito reside, al parecer, en su esquema. Hay cuatro “organizaciones para el mantenimiento de la salud” (Health Maintenance Organization, HMO) que compiten por reclutar pacientes, lo cual, los ha obligado a ofrecer buenos servicios. La muestra de ello es que menos del 2% de usuarios se cambian de HMO cada año.

También, como apunta el profesor Clarfield, ha sido clave tener hospitales bien equipados “aunque abarrotados” y una “sólida infraestructura de atención primaria”. El otro punto esencial ha sido la digitalización de la información clínica de los pacientes, algo que ha facilitado identificar a quienes tienen mayor riesgo de contraer el virus y asignarles citas de vacunación.

A todo esto hay que añadirle otro par de estrategias de Israel. La primera tiene que ver con una campaña para incrementar la confianza en las vacunas y combatir a los grupos que no creen en ellas (de hecho, solicitó con éxito a Facebook que eliminara cuatro grupos antivacunas). La otra radica en evitar que no se pierda ninguna dosis de ningún lote, así que además de las personas mayores, han invitado a jóvenes a ir a los puntos de vacunación.

La situación la resumía con una anécdota Neri Zilber, desde Tel Aviv, en el diario canadiense The Globe and Mail: “El fin de semana pasado, frente a un centro de vacunación de Tel Aviv, las enfermeras acorralaron a un repartidor de pizzas que pasaba y lo persuadieron de aplicarse la primera dosis para que las vacunas no se desperdicien”. Cuenta que incluso hay grupos en redes sociales que se han dedicado a ubicar los lugares en los que puede haber excedentes.

“Un síndrome israelí es el miedo a ser considerado un friar, es decir, un ‘tonto’”, apuntaba Zilber. “Con miles de personas que se vacunan fuera de los criterios oficiales del Ministerio de Salud, la prisa está en eludir las pautas y no quedarse fuera”.

Y aunque todas estas cifras han hecho ver el sistema de salud israelí como un modelo a seguir, está lejos de ser perfecto. Clarfield y su grupo señalaban en The Lancet que hay serios desafíos que deben ser atajados. Uno de los principales tiene que ver con una creciente privatización de servicios. Los “seguros complementarios” se triplicaron entre 1997 y 2015 lo cual ha conducido a serias disparidades. Por ejemplo, escribían, el 40% de los ciudadanos había retrasado o renunciado al tratamiento dental necesario debido al costo. Las pocas camas disponibles era otro de los grandes retos: en 2019 tenía 3 por cada mil habitantes, mientras Japón o Corea tenían 12. Alemania, 8.

“Dada la posibilidad siempre presente de un evento nacional de víctimas masivas el sistema de atención de la salud claramente no tiene reservas adecuadas”, indicaban.

Paradójicamente, en su artículo resaltaban la buena relación que, pese al conflicto, habían tejido médicos palestinos e israelíes. Juntos habían resuelto problemas epidemiológicos serios y cooperaban para desarrollar diferentes programas. “Creemos”, decían, “que la salud en su sentido más amplio podría ayudar a proporcionar un puente hacia la paz”.

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