Reggie Edgerton: “Me pregunto por qué hemos tardado tanto en devolver la movilidad a los parapléjicos”
El primer neurocientífico que consiguió que una persona con paraplejia recuperase la movilidad voluntaria de las piernas, en lugar de enfocarse en el cerebro de los lesionados, dirigió su terapia a la médula espinal, un área que -dice- no recibe la atención que merece.
Sinc. Hace tiempo que Reggie Edgerton suena en las quinielas del Premio Nobel de Medicina. Este neurocientífico, el primero que hizo mover las piernas a un parapléjico, es el padre del exoesqueleto que estimula la médula espinal de pacientes con lesiones graves para que recuperen el movimiento voluntario. Los dos colectivos que más se beneficiarán de sus avances son ancianos y jóvenes, entre los que hay más casos de invalidez por lesión medular por accidentes de tráfico, caídas o actos de violencia, según la Organización Mundial de la Salud.
Edgerton, que tiene su grupo de investigación en la Universidad de California en Los Ángeles, ha estado en el Instituto Guttmann de Barcelona, que lo ha fichado como asesor científico de un proyecto europeo que persigue extender sus técnicas en otros laboratorios.
Al principio de su carrera le costó mucho convencer a sus colegas de que era posible recuperar la movilidad perdida en personas parapléjicas.
"La primera vez que dije que la médula espinal podía aprender no fui demasiado popular", dice sobre los comienzos de una reflexión que está dando lugar a un cambio de paradigma. "Es muy complicado cambiar una opinión si un dogma está muy arraigado en el entorno clínico. Cuando miro hacia atrás y me pregunto por qué hemos tardado tanto en recuperar la movilidad de las personas, más de 40 años, deduzco que se trata de la propia naturaleza de la ciencia".
-¿La médula espinal no ha recibido la atención que se merece?
-Los humanos somos muy ‘corticocéntricos’, nos impresiona nuestra corteza cerebral y no nos damos cuenta de la importancia de otras subestructuras. Está muy bien tener corteza, pero los actos fundamentales de la fisiología, como comer, sobrevivir y emparejarse, están en todo nuestro sistema nervioso, no solo en el cerebro. Puedes conducir desde tu casa al trabajo sin pensar en ello porque tu corteza cerebral abandona a los sistemas motor y sensitivo, que operan automáticamente para frenar en un stop.
-¿Y qué le hizo a usted reivindicar el papel de la médula frente al cerebro?
-Yo digo que la corteza cerebral es la segunda parte de nuestro sistema nervioso. En la historia de la evolución los animales empezaron teniendo médula espinal y luego aparecieron el resto de estructuras. Siempre me he fijado en estos detalles porque estudié biología evolutiva. En una facultad de medicina no me hubieran dado la oportunidad de desarrollar esta perspectiva.
-¿Considera que todavía hay dogmas en medicina?
-Seguro, también los tengo yo. Por ejemplo, la biología de una lesión no es como pensábamos que era. En pacientes en los que creíamos que todas las funciones estaban muertas, los experimentos han mostrado que con una sola sesión se recupera parte de la movilidad. La mejor interpretación a la que puedo llegar es que hay células que han sobrevivido.
-Usted evita hablar de lesiones medulares completas. ¿Por qué?
-Tenemos que ser más específicos al definir lo que clásicamente hemos llamado lesión medular completa. Hay personas con una lesión de grado A que presentan ausencia de función motora y sensitiva. Pero hay otras con una lesión de grado B que preservan la función sensitiva, a pesar de haber perdido la motora. Nos centramos en este segundo grupo de pacientes. Según el dogma de las lesiones medulares completas, creíamos que solo se podía recuperar movilidad durante los meses posteriores al accidente, pero no después del año. Sin embargo, ya sabemos que aún hay esperanza para esos pacientes. La neuroestimulación transforma los circuitos anormales en otros activos.
-¿Y por qué se centran en pacientes con lesiones medulares consideradas completas?
-Decidimos empezar con el peor de los casos porque, si conseguíamos mejorar alguna función, lo podríamos atribuir a la neuromodulación. Si mostrábamos que se podían mover, lo podríamos relacionar con nuestra intervención y no con una recuperación espontánea, ya que estaba asumido que después del año estos pacientes no conseguirían nada. Otro motivo es que no se habían beneficiado de ninguna intervención durante años.
-¿Cuántos pacientes participan en sus ensayos clínicos?
-Muy pocos. Ahora estudiamos a ocho personas repartidas en dos experimentos: cuatro con las extremidades inferiores paralizadas y los otros cuatro con la parte superior afectada. Queremos saber qué tipo de cambios podemos esperar y cómo conseguirlos antes de aplicarlos a toda la población. Nuestra estrategia ha sido estudiar pocos sujetos en detalle, en lugar de un centenar de ellos, con los que nunca hubiésemos obtenido esta información.
-¿Mejor pocos que muchos?
-En ciencia existe la creencia de que hay que estudiar a cuantas más personas mejor. Podríamos haber analizado a un centenar de pacientes de forma superficial, y probablemente nunca hubiésemos visto nada. Nuestra pregunta es: ¿quiénes pueden responder al tratamiento? Lo alentador es que encontramos respuesta en casi todas las personas, y no solo en un 20%, como pasa en muchos ensayos clínicos.
-¿Cree que esta manera de trabajar marcará la diferencia en la neurorrehabilitación?
-Yo asumo que mi enfoque no es el único ni el mejor, pero tampoco todo el mundo necesitará el mismo tratamiento. Hay varios laboratorios que están probando diferentes métodos. Con los resultados de todos ellos dispondremos de una ‘caja de herramientas’ clínica y decidiremos qué funcionará mejor en cada caso.
-¿En el sector de la rehabilitación también está tomando fuerza la medicina personalizada?
-En general hay mucho interés por la medicina personalizada y creo que en nuestro caso está muy claro. Lo que es mejor para un paciente puede no serlo para otro. La parte negativa es que debemos descifrar de forma rápida la solución para cada persona, no podemos permitirnos estudiarla durante meses antes de decidir qué es lo mejor para ella. Se trata de un problema complejo, pero creo que lo podremos resolver.
-¿Qué relación tiene con Rob Summers, Mark Pollock y otros de sus pacientes, a los que hemos visto en prensa por sus logros?
-Uno de ellos me contaba que un amigo suyo había aprendido a ponerse de pie y bailar con su mujer, algo que no podía hacer antes. Tuvo el placer de conseguirlo. El otro día hablaba con un grupo de pacientes y uno me decía que solo le gustaría poder ir a un bar y quedarse en la barra mirando a otra persona a la altura de los ojos. Son estas pequeñas cosas. Siempre le pido a mis pacientes que me lo cuenten todo, que nunca me contarán demasiado. Cualquier información puede ayudarnos a entender mejor qué les está pasando.
-A sus 75 años, ¿tiene previsto retirarse?
-No creo. Me gustaría poner estas técnicas a disposición de otros pacientes. Desafortunadamente ahora tengo que aprender cómo convertirme en algo más que un científico para meterme en el mundo de la empresa. Pensaba que muchas compañías estarían interesadas en comercializar nuestras terapias, pero no ha sido así, de modo que finalmente hemos creado la nuestra.
-¿Tan complicado es pasar de la investigación pura a la empresa?
-Sí. Tenemos que recaudar dinero y eso es algo muy difícil cuando cruzas la frontera de la ciencia. Por eso estoy en Barcelona, para mostrar que es posible conseguir resultados similares con otro equipo de investigación y otros pacientes en otra parte del mundo. Somos un grupo de científicos con décadas de trabajo a nuestras espaldas y ahora debemos aprender a comunicar este conocimiento a otros investigadores para que lo apliquen en sus pacientes. Queremos transferir lo que ya sabemos a la sociedad. Nuestro reto es que no sabemos cómo hacerlo.
Comentarios