Así ayudan los payasos en un hospital
La sala del piso tres del Hospital Infantil Universitario San José de Bogotá es fría. Son las nueve de la mañana de un sábado cualquiera y los niños que están hospitalizados aún no se despiertan. El silencio del lugar se rompe eventualmente con el caminar de alguna enfermera que se encuentra en turno desde la noche anterior.
Son apenas tres pisos los que distancian aquella tranquilidad del caos que se vive en una habitación un poco más alejada. Cajas de maquillaje, pelucas, trajes de colores, juguetes y música, tal vez mucha música. “Llegaron los clown, llegaron los clown” cantan un abogado, un economista, un diseñador y un docente, quienes una vez a la semana remplazan su traje de trabajo y se convierten en payasos.
¿De verdad un chiste o una canción pueden curar una enfermedad? Tal vez suene a lugar común, pero esa es la idea que los payasos de la Fundación Doctora Clown deciden creer: que un día a la semana, durante por lo menos tres horas, un niño que padece de cáncer, alguna enfermedad respiratoria o un cuadro viral se reirá, lo que podría hacer más efectiva su recuperación.
Ya son 21 años desde que se fundó este proyecto. Su fin es “aportar a través de la terapia de la risa a la recuperación física, psíquica, emocional de los pacientes y a la humanización del ámbito hospitalario”, así lo explica Adriana Neira, su creadora. Una iniciativa que este año recibió la mención de honor en la categoría de solidaridad de los premios Alejandro Ángel Escobar.
La terapia de la risa
“En 2015 atendimos a 16 niños que iban a ser operados de amígdalas. Tomamos un primer grupo de ocho pequeños, quienes no contaron con el acompañamiento de los clown, y se les hicieron mediciones de cortisol por medio de la saliva; esta es una muestra de una hormona que se libera durante los episodios de estrés. Con el otro grupo se practicaron las mismas mediciones pero los payasos estuvieron con ellos en el prequirúrgico; en todo el proceso de ser canalizados, los acompañamos hasta el momento en el que se oprimía el botón de sedación y los niños se dormían en medio del juego y luego cuando despertaban, el mismo payaso que los despidió estaba allí. Los resultados arrojaron que el cortisol salival se redujo en un 48 % y aumentó la serotonina en los pacientes que acompañaron su cirugía con terapia de la risa”, señala la doctora Franchesca, quien lleva más de 11 años trabajando en la fundación.
La terapia de la risa ha hecho parte de los tratamientos médicos desde la antigüedad. Incluso, estudios revelan que desde hace más de 4.000 años en el Imperio chino ya existían templos en donde la gente se reunía solo para reír. Hacia los años 70, el doctor Lee Bark de la Universidad Loma Linda en California (EE. UU.), realizó uno de los primeros estudios que comprobó efectos postivos cuando la gente acompañaba los procesos médicos en medio de la risa.
El experimento de Bark consistió en tomar muestras de sangre a un grupo de personas mientras observaban una película de humor. Los doctores descubrieron que cuando las personas reían de forma hilarante reducían los niveles de estrés y esto tenía efecto sobre su sistema inmunológico. La actividad de los linfocitos T y de las inmunoglobulinas, que son los anticuerpos, aumentaba y continuaba hasta 12 horas después del episodio de risas.
Para la década de los 80, en hospitales de Ottawa (Canadá), se utilizó la risa como terapia en pacientes con cáncer y sida y los resultados demostraron efectos en las funciones psicológicas, anestésicas e inmunológicas. Tal vez el referente más claro que se tiene de este movimiento es Hunter Adams, conocido por todos como Patch Adams, quien fundó el Instituto Gesundheit, un hospital en el que atendió gratuitamente a miles de personas sin recursos para pagar otro tratamiento.
Aunque la terapia clown se utiliza para la recuperación de diferentes enfermedades. Este tipo de tratamientos son más usuales en niños que padecen algún cáncer. Hay estudios que demuestran la capacidad que tienen los menores de resignificar su tránsito por la enfermedad cuando se acompañan de una terapia clown.
“En Colombia no se han hecho los estudios suficientes de este tema. Sin embargo, a nivel internacional sí se ha estudiado mucho el fenómeno y se demostró que los niños que reciben la terapia de la risa reducen a la mitad el tiempo de hospitalización, requieren menos analgésicos. La terapia de la risa junto con el proceso médico es más efectivo”, señala Adriana Neira, directora de la Fundación Doctora Clown.
¿Todos pueden ser un doctor clown ?
Hoy son más de 25 payasos profesionales los que acompañan el proceso de terapia de la risa en todo el país y por lo menos 400 voluntarios que asisten a una escuela para ser formados.
Para Neira, “ser un payaso no basta con solo ponerse una nariz. Son años de estudio de histriónica, de crear un personaje y de entender el dolor y la enfermedad”. Tanto los artistas como quienes deciden hacer parte del proyecto tienen atención psicológica para acompañar la pérdida de pacientes y poder afrontar de la mejor forma un estado crítico.
“Uno se da cuenta de cómo los niños cambian su cara, su mirada es distinta y hasta llegan a sonreír. Pero también para nosotros como clowns es un proceso de transformación. Uno sale de las terapias con mucha más energía”, señala la doctora Franchesca, para quien la Fundación Doctora Clown se convirtió en un proyecto de vida.
La risa como suavizante
Está todo listo. Los payasos caminan por el tercer piso del hospital. Durante tres horas ese espacio es solo de ellos. Las enfermeras, los médicos y hasta los acompañantes de los menores pasan a un segundo plano. ¿Es válido pensar aunque sea por un día que la enfermedad se puede ir? ¿Que el dolor no duele tanto y que los medicamentos no saben tan mal?
Es cierto que la terapia clown debe estar acompañada de un tratamiento médico, esa justamente es su función principal: suavizar ese proceso. Sin embargo, sigue siendo un acto de valentía creer que algo tan sencillo y natural como la risa puede llegar a curar.
“Recuerdo una vez en la que habíamos terminado la terapia a una niña. Dejamos la habitación y unos minutos después ella murió pero nosotros no nos enteramos. Meses después su madre nos llamó y nos dijo: ‘gracias porque al menos sé que mi hija pudo morir sonriendo’”, cierra la doctora clown.
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