Atento al velocímetro de su lengua

Viernes, 20/01/2017

Resulta que los que hablan más rápido lo hacen con palabras más comunes y sintaxis más sencilla, los que lo hacen más lento tienden a usar palabras más raras, más inesperadas y más complicadas.

Brown University/Cluster Salud/Rodrigo Lara Serrano. ¿Qué hay de nuevo viejo? Pues bien, a veces las últimas noticias confirman lo que ya sabíamos desde niños: que el Pato Lucas (o nuestro hermano mayor) no transmitía mucha más información cuando hablaba como una ametralladora, desesperado por algún desastre inminente.

Como cualquier tartamudo sabe a costa de dolor propio, el propósito del habla es la comunicación, no la velocidad. Hay ironía en que los que hablan atropellado terminen transmitiendo información aproximadamente a la misma tasa que los que se expresan con calma, porque un discurso más rápido embala “menos” información en cada enunciado.

Es lo que acaba de confirmar un grupo de investigadores del Departamento de Ciencias Cognitivas, Lingüísticas y Psicológicas de la Universidad de Brown, en Estados Unidos.

Uriel Cohen Priva, líder del equipo, lo sintetiza de esta manera: tendemos a conversar dentro de un estrecho canal de datos de comunicación para que no proporcionemos demasiada o poca información en un momento dado.

"Parece que las restricciones sobre cuánta información por segundo debemos transmitir son bastante estrictas, o más estrictas de lo que creíamos", dice Cohen Priva.

Pero ¿cómo ocurre esto? La intuición nos hace creer que hablar más rápido, así como un tren lleva su carga más velozmente si acelera, nos sirve para transmitir más cantidad de datos.

No es así. Sucede que en la teoría de la información, las opciones de palabras más raras transmiten una mayor "información léxica", mientras que una sintaxis más complicada, como la voz pasiva, transmite una mayor "información estructural".

Entonces, para permanecer dentro del “canal” o “ancho de banda”, aquellos que hablan rápidamente hablan con palabras más comunes y sintaxis más sencilla (que “pesan” menos, diríamos en jerga de internet) mientras que aquellos con un ritmo más lento tienden a usar palabras más raras, más inesperadas y palabras más complicadas (que “pesan” más, que ocupan más “ancho de banda”) encontró Cohen Priva.

Su estudio proporciona pistas sobre por qué una tasa de información restringida puede gobernar la lógica de una conversación. Ello podría derivar de la dificultad de un hablante en formular y emitir demasiada información con demasiada rapidez, la comunicación es un tango que se baila de a dos o más, o de la dificultad de un oyente para procesar y comprender la palabra pronunciada a un ritmo demasiado rápido.

Analizando el discurso

Para llevar a cabo el estudio, Cohen Priva analizó dos “colecciones” independientes de datos conversacionales: el Corpus Switchboard, que contiene 2.400 conversaciones telefónicas anotadas, y el Corpus Buckeye, que consta de 40 entrevistas largas. En total, los datos incluyeron el discurso hablado de 398 personas.

Sobre esta material realizó varias mediciones para determinar la tasa de información de cada hablante -cuánta información léxica y estructural transmitían en cuánto tiempo- y la tasa de habla, esto es cuánto decían en ese tiempo.

La obtención de estadísticas significativas requirió hacer cálculos complejos para determinar la frecuencia relativa de las palabras tanto por sí mismas como las palabras que las precedieron y siguieron. Cohen Priva comparó cuánto tiempo toman las personas para decir cada palabra en promedio y cuánto tiempo requiere un orador particular. También midió la frecuencia con que cada hablante usaba la voz pasiva, en comparación con la voz activa, y en todos los cálculos se contaba la edad, el género, la tasa de conversación del otro miembro de la conversación y otros posibles elementos que provocaran confusión.

Finalmente, encontró a través de las dos dimensiones independientes –la léxica y la estructural– y de las dos fuentes de datos independientes (los mencionados Switchboard y Buckeye) que la misma correlación estadísticamente significativa se mantuvo verdadera: a medida que el habla aceleraba, la tasa de información disminuía.

"Podríamos asumir que hay capacidades de información por segundo (exclusivamente individuales) que las personas usan en el habla (…) y se puede observar a todos y cada uno (con su registro especial)", dice Cohen Priva. "Pero si hubiera sido así, entonces encontrar estos efectos habría sido muy difícil de hacer, pero en realidad se encuentran confiablemente en dos cuerpos de evidencia en dos dominios diferentes", reflexiona.

¿Las diferencias de género ofrecen una pista?

Ahora, la verdad es que hay gente (no sólo el Pato Lucas, algunos locutores de radio y alguna esposa furiosa) que habla a una velocidad llamativa. A ese respecto, Cohen Priva encontró una diferencia clave en el género que podría ofrecer una pista sobre por qué la conversación tiene una tasa de información aparentemente restringida: puede ser una limitación socialmente impuesta para el beneficio del oyente.

En promedio, mientras que hombres y mujeres exhibieron la misma tendencia principal, los hombres transmitieron más información que las mujeres a la misma tasa de habla. No hay razón para creer que la capacidad de transmitir información a una tasa determinada difiera por género, estima Cohen Priva. En lugar de eso, él plantea la siguiente hipótesis: las mujeres tienden a preocuparse más por asegurarse de que sus oyentes entiendan lo que están diciendo. Otros estudios, por ejemplo, han demostrado que en la conversación las mujeres son más propensas que los hombres a realizar lo que se llama backchannel, o proporcionar señales verbales como "uh, uh" o “ajá” para confirmar la comprensión a medida que el diálogo prosigue.

Es interesante especular si esta preocupación femenina se debe a su papel como madres y, por lo tanto, derivadas de ser las primeras “entrenadoras” de todos los nuevos hablantes de la especie. O se conecta con su sumisión en sociedades patriarcales como las nuestras. Es llamativa la convivencia entre la capacidad de manejo sofisticado de diálogos relacionados con emociones o estados internos, que se les adjudica a las mujeres, y el prejuicio, simultáneo, de que su habla es algo fácilmente desechable. Un clima general que desvaloriza el habla de alguien obliga a ese “alguien” a ser más cuidadoso en el uso del tiempo de escucha que le otorgan los demás.

Más allá de lo anterior, Cohen Priva dice que el estudio tiene el potencial de arrojar alguna luz sobre la forma en que la gente hace sus expresiones. Una hipótesis en el campo es que la gente escoge lo que piensa decir y luego frena su discurso al pronunciar palabras más raras o difíciles (por ejemplo, si son más difíciles y pronunciarlas las hace más lentas). Sin embargo, dijo que sus datos son consistentes con una hipótesis de que la tasa de voz global dicta elección de palabras y sintaxis (por ejemplo, si es más rápido, más simple).

"Tenemos que considerar un modelo en el que los habladores rápidos consistentemente eligen diferentes tipos de palabras o tienen una preferencia por diferentes tipos de palabras o estructuras", dijo.

En otras palabras,  la manera en que se habla aparece relacionada con la rapidez con que uno habla. Es que, como dijo Luc de Clapiers, marqués de Vauvenargues (hay varias palabras “lentas” en este nombre de noble francés): “El estilo es el hombre mismo”. Ahora sabemos que la velocidad es el motor del estilo.

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