El error de Hamlet

Viernes, 17/03/2017

Neurocientistas de la Universidad de Duke prueban que la arrogancia intelectual no está asociada a ninguna postura ideológica o partidista en especial. "No tener miedo de estar equivocado es un valor”, arguyen.

Rodrigo Lara Serrano/Cluster Salud. Pensemos en líderes políticos como Donald Trump en EE.UU.; Rodrigo Duterte, en Filipinas; Marie Le Pen, en Francia; Mariano Rajoy, en España; o Nicolás Maduro, en Venezuela. ¿Qué tienen todos en común, excepto haber llegado al poder? No la ideología, tampoco –en general– sus políticas concretas, ni siquiera sus ambiciones estratégicas nacionales. Lo que los une es la seguridad sin fisuras de sus declaraciones públicas. Alguien podría decir que esa es la naturaleza misma de los líderes y del “espectáculo” político que deben de ofrecer a sus seguidores: Lenin, Mao Tse-Tung, Tony Blair, Fidel Castro o Augusto Pinochet, parecieron o parecen plenamente seguros, ya no de su vocación, sino del valor absoluto de sus ideas.

Tal seguridad intelectual sin fisuras, cosa que experimenta cualquier hincha de fútbol, facilita la hostilidad y el egoísmo, grupal y personal.

Frente a ella, la "humildad intelectual" palidece. Ningún Netflix o Amazon se entusiasma en lanzar una miniserie sobre “líderes vacilantes” o “políticos que aceptan las ideas de sus adversarios”. Los films de tercos que triunfan deben de tener muchos más oscares que los de volubles que se adaptan.

Sin embargo, esta característica poco estudiada, la apertura intelectual, enriquecerá menos a los productores de cine y editoriales de best sellers, pero  puede influir de manera central en las habilidades de toma de decisiones de la gente en la política, la salud y otros ámbitos, revela una nueva investigación de la Universidad de Duke.

En un tiempo de gran partisanismo en la política estadounidense (novedad allá, aunque en América Latina las diferencias agudas e irreconciliables han sido una característica, casi una plaga, común por dos siglos), la humildad intelectual –definida como la conciencia de que las creencias de uno pueden estar equivocadas– no es partidista.

Lo interesante del trabajo hecho en Duke es que lo investigadores encontraron evidencia clara de lo que todos sospechamos: la arrogancia intelectual no está asociada a un contenido político, científico, económico, sanitario o ideológico. Al medir los niveles del rasgo, los científicos no encontraron esencialmente ninguna diferencia, en cuanto a su concentración, entre liberales y conservadores o entre personas religiosas y no religiosas, por ejemplo.

"Existen estereotipos acerca de los conservadores y los religiosos conservadores que los retratan como menos humildes intelectualmente sobre sus creencias", dijo el autor principal, Mark Leary, profesor de psicología y neurociencia en Duke. Sin embargo, agnósticos orgullosos sorpréndanse, "no encontramos una pizca de evidencia para apoyar eso".

Según lo definido por los autores, la humildad intelectual es lo opuesto a la arrogancia o presunción intelectual. En el lenguaje común, se asemejaría a tener la mente abierta. Las personas humildes desde el punto de vista intelectual pueden tener creencias fuertes, pero reconocen su falibilidad y están dispuestas a estar equivocadas en asuntos grandes y pequeños, explicó Leary.

Los investigadores, cuyo trabajo apareció en la edición del 15 de marzo pasado del Personality and Social Psychology Bulletin, realizaron cuatro estudios separados para medir el rasgo y aprender más acerca de cómo funciona. En un primer estudio, los participantes leyeron ensayos en defensa y en contra de la religión, y luego se les preguntó acerca de la personalidad de cada autor. Después de leer un ensayo con el que no estaban de acuerdo, la gente intelectualmente arrogante le dio al escritor puntuaciones bajas en moralidad, honestidad, competencia y calidez. Por el contrario, las personas intelectualmente humildes tenían menos probabilidades de juzgar el carácter de un escritor basado en sus puntos de vista.

Las personas que mostraron humildad intelectual también hicieron un mejor trabajo evaluando la calidad de la evidencia, incluso en asuntos mundanos. Por ejemplo, cuando se presentan argumentos acerca de los beneficios del uso del hilo dental, las personas intelectualmente humildes distinguen correctamente los argumentos fuertes, basados en hechos, de los débiles, basados en deseos o presunciones.

La característica también afectó a las opiniones de la gente sobre los políticos que cambian de postura, lo que en EE.UU. se conoce como "flip-flop". Los republicanos intelectualmente humildes eran más propensos que otros republicanos a decir que votarían por un político cuya posición sobre un tema cambió con el tiempo, debido a nuevas pruebas. También eran menos propensos a criticar a ese político por “darse vuelta” (flifloping). Había menos variabilidad, aunque positiva, entre los demócratas: éstos, ya fueran intelectualmente arrogantes o humildes, eran generalmente menos propensos a criticar a un político por cambiar de opinión.

Leary dijo que la humildad intelectual merecer ser objeto de un examen más detenido y concienzudo. Y las razones son claras: "Si usted piensa en lo que ha estado mal en Washington durante mucho tiempo, ve un montón de gente que es muy arrogante intelectualmente acerca de las posiciones que tienen, a ambos lados del pasillo" o de la trinchera, dijo Leary. "Pero incluso en las relaciones interpersonales, las disputas menores que tenemos con nuestros amigos, amantes y compañeros de trabajo son a menudo sobre cosas relativamente triviales, donde estamos convencidos de que nuestra visión del mundo es correcta y su punto de vista es incorrecto".

Esta cualidad, por si fuera poco lo anterior, también tiene beneficios potenciales en el mundo de los negocios, dijo. "Si usted está sentado alrededor de una mesa en una reunión y su jefe tiene muy poca humildad intelectual, él o ella no van a escuchar las sugerencias de otras personas", dijo Leary. La ironía es que, "sin embargo, sabemos que un buen liderazgo requiere una amplia perspectiva y debe de tener en cuenta la mayor cantidad posible de perspectivas".

Leary y sus co-autores sugieren que la humildad intelectual es una cualidad que se podría fomentar y enseñar. Y algunos de sus colegas esperan hacer precisamente eso. El equipo de Leary trabajó en colaboración con otros psicólogos y filósofos para perfeccionar sus estudios. Uno de esos filósofos ayudó a lanzar una escuela autónoma en California, la Academia de Virtudes Intelectuales de Long Beach, cuyo objetivo es promover cualidades como la humildad intelectual.

Leary aplaude el esfuerzo. "No tener miedo de estar equivocado es un valor, y creo que es un valor que podríamos promover", dijo. "Pienso que si todo el mundo fuera un poco más intelectualmente humilde, nos llevaríamos mejor, estaríamos menos frustrados el uno con el otro".

Y no se trata de una idea que debería de sorprendernos tanto.

En particular porque, tanto la experiencia del pasado (imperios, presidencias, empresas, avances científicos, fortunas y millones de vidas que se perdieron por la tozudez de negar algún aspecto de la realidad), como los datos que nos entregan psicólogos y una gran cantidad de científicos sobre la complejidad del mundo y las personas, nos enseñan que lo “natural” es estar equivocado.

No es fácil. La humildad intelectual y personal, así como la bondad tienen mala prensa en el siglo XXI. No tan secretamente, los medios de comunicación elogian a los que “se salen con la suya”, a costa de dejar a númerosos “blanditos” en el camino. Y es que humildad es vista como sinónimo de debilidad y la bondad de blandura infantil. Se trata de asociaciones waltdisneyscas y equivocadas. La humildad es parte esencial del coraje (el coraje de los arrogantes es mera temeridad o patoterismo) y la bondad verdadera está entrelazada con la fuerza.

El economista Albert O. Hirschman, que luchó sin armas contra los nazis en Marsella y un gran conocedor de América Latina, al recordar el enfrentamiento, desigual, de unos jóvenes cercanos suyos contra el fascismo soberbio y destructor en Italia, escribió: “Fue precisamente el estilo cuestionador y exploratorio con que (Eugenio) Colorni y sus amigos se aproximaban a los temas filosóficos, psicológicos y sociales lo que los impulsó a la acción en situaciones en que la libertad de pensamiento estaba suprimida, o donde ellos sentían que la injusticia era obvia y la estupidez intolerable. Fue casi como si hubieran pensado actuar de esa forma para probar que Hamlet estaba equivocado: intentaban mostrar que la duda puede motivar la acción en vez de erosionarla y (puede) hacerla más potente. Más aún, que comprometerse en acciones de alto riesgo era visto por ellos, no particularmente como el precio que debía pagarse por la libertad de investigar que practicaban, sino que era su contraparte natural, espontánea y casi gozosa”.

 

 

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