El medicamento que empujó a los jóvenes al suicidio
La paroxetina ha generado uno de los debates más polémicos en la historia de la medicina. Una investigación dejó en evidencia que quienes lo fabricaron ocultaron datos para comercializarlo. Aunque en Colombia se formula con frecuencia, no hay pistas sobre si es o no perjudicial.
Por El Espectador. Al epidemiólogo británico Tom Jefferson hay varias cosas que le molestan cuando le hablan acerca de los miles de estudios médicos que se publican todos los días y que promocionan con frecuencia en los medios de comunicación. Entre los puntos que le causan disgusto está el hecho de que las personas no tengan la certeza de cuál es el medicamento que se llevan a la boca cuando quieren tratar una enfermedad. Por lo general, dice, la decisión la toman con base en 10 o 15 páginas que se publican de estudios clínicos, cuando éstos tienen más de 15 mil. Y para él ocultar esa información pone en juego algo tan simple como la vida de cualquier persona.
Jefferson es investigador honorífico del Centro de Medicina Basada en la Evidencia de Oxford y desde hace muchos años trabaja con la colaboración de Cochrane, una organización que incentiva la medicina basada en la evidencia. Sus molestias las manifestó en una entrevista publicada en Youtube el pasado 5 de noviembre.
En ella menciona el ejemplo más reciente: el de la paroxetina, un conocido antidepresivo que entró a Colombia en 1996 y que hoy está en el ojo del huracán porque una sesuda revisión confirmó lo que muchos psiquiatras sospechaban. Detrás del estudio con que GlaxoSmithKline lo promovía para adolescentes desde 2001, había datos mentirosos. El principal, ocultaba que los jóvenes que lo consumieran podían tener comportamientos suicidas.
El mayor fraude en la salud
Para el portal New Scientist el Study 329 cambió la historia de la medicina. Ese fue el nombre con que GlaxoSmithKline (GSK) bautizó un estudio clínico que realizó en niños y adolescentes entre 12 y 18 años con depresión mayor entre 1994 y 1998. La idea era probar si la paroxetina, popular desde el 91, también servía para tratar a menores.
Su conclusión la presentaron en 2001: habían comprobado que era bien tolerada y eficaz para los jóvenes. El anuncio lo habían hecho con bombos y platillos desde tres años antes con una agresiva campaña publicitaria que promovía un producto capaz de acabar con la fobia social. La pastilla de la timidez, la llamaron.
La publicidad caló tanto que en 2002 se recetaron más de dos millones de unidades en EE.UU. El único problema es que la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA) aún no lo había autorizado para adolescentes.
A partir de ahí lo que se desencadenó fue una historia de denuncias, multas y más ventas. En 2003 varios laboratorios tuvieron que incluir en los empaques de los antidepresivos inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS), de los que hace parte la paroxetina, un recuadro negro con advertencias. Una señalaba un riesgo de ideación suicida en niños y adolescentes.
En agosto de 2004 llegó la primera sanción. La GSK pagó $US 2,5 millones luego de que el procurador de Nueva York los demandara por ocultar datos en el Study 329. Los pagaron al tiempo que le hacían frente a demandas civiles por efectos secundarios. Sin embargo, en 2012 GSK recibió el más duro regaño. Pagó otros US$3.000 millones por promover medicamentos para usos no probados, por esconder datos y por pagar sobornos a médicos con regalos, viajes, becas y honorarios en falsas consultorías.
A raíz del caso, el Invima, en Colombia, obligó a los laboratorios a que modificaran las contraindicaciones de la paroxetina. A partir de ahí quedó tajantemente prohibido su formulación a menores de 18 años.
Pero las respuestas dadas hasta entonces parecían no satisfacer a algunos especialistas. Jon Jureidini, psiquiatra y líder de investigación en el Robinson Research Institute, fue uno de ellos. Por eso, en 2013, prometió hacer una revisión completa del Study 329 como parte de la Restauración de Ensayos Invisibles y Abandonados (RIAT), una iniciativa internacional que intenta convencer a instituciones y científicos a que publiquen los ensayos clínicos ocultos o a ayudar a restaurar aquellos que fueron manipulados. Y su primera restauración fue que resucitó el escándalo que tiene a la academia y a los psiquiatras debatiendo.
Sus hallazgos muestran que los científicos contratados por GSK evadieron protocolos, omitieron que la paroxetina genera un comportamiento suicida en jóvenes diez veces mayor que el placebo y pasaron por alto la intención de algunos adolescentes de autolesionarse o querer saltar de lugares elevados.
“No deberían haber pasado 14 años para llegar a este punto”, escribió Fiona Godle, editora en jefe del British Medical Journal. Y la complementó Peter Doshi, editor asociado, a modo de regaño: aun así, escribió, ninguno de los 22 autores del estudio, ni los editores de la revista, ni las instituciones han intervenido para que se corrija el documento.
Colombia, ¿ajena al debate?
¿Qué sucedió en Colombia mientras el mundo trataba de descifrar este escándalo? Si la paroxetina entró al país en 1996, ¿se registraron casos de suicidio relacionados con el medicamento? ¿De qué manera GSK llegó a los médicos? ¿Cuál fue su mensaje? ¿Hubo multas al igual que en EE.UU? ¿Hubo al menos una investigación o una iniciativa que buscara a algún afectado?
Son pocas las pistas que hay en el país para responder estos interrogantes, aun cuando, como lo muestran las cifras del Observatorio del Medicamento de la Federación Médica, las ventas de paroxetina han sido significativas en los últimos años. De 2012 a 2014 sumaron $17.024 millones entre la marca pionera y los genéricos. Glaxo, por su parte, vendió lo equivalente a $22.316 millones entre 2008 y 2014.
Pese a eso y a que hoy lo comercializan 17 laboratorios, cuando se tocan las puertas de los psiquiatras para conocer sobre el tema son pocos los que están enterados del debate y los que conocen el análisis de Jureidini. Son menos aún los que se quieren involucrar en la polémica.
Por un lado, los análisis y reportes de seguimiento del Invima se empezaron a hacer mucho después de que entrara la paroxina al país. “Desde 2002 y hasta 2015 no se han notificado eventos de suicidio o de ideación suicida”, dicen funcionarios a través de un correo. Desde entonces hasta 2013, de acuerdo con Medicina Legal, se suicidan entre 4,95 y 3,8 colombianos por cada 100 mil habitantes. Los que más lo hicieron en ese último año fueron quienes tenían entre 18 y 19 años (con una tasa de 6,74).
Aunque no es fácil encontrar especialistas que hablen sobre el tema, la doctora Sandra Piñeros, del Comité de Psiquiatría Infantil de la Asociación Colombiana de Psiquiatría, asegura que en Colombia desde hace mucho tiempo la paroxetina sólo se usa para tratar adultos, porque las advertencias sobre sus efectos son viejas.
“En adultos es un producto excelente y lo usamos mucho para controlar trastorno de ansiedad y depresión severa. Es una opción muy buena y nosotros, los psiquiatras, somos conscientes cuando lo formulamos. Siempre advertimos al paciente que no se debe suspender de manera abrupta porque puede enfrentarse a consecuencias graves”.
Pero entre esas posturas también hay quienes rechazan de un tajo el uso de la paroxetina. Uno de ellos es Carlos Gómez, psiquiatra, psicoanalista y director del Departamento de Epidemiología Clínica y Bioestadística de la U. Javeriana. “Lo de la paroxetina lo sabíamos hace mucho tiempo y por eso yo y mis estudiantes nunca la formulamos. Se puede reemplazar tranquilamente por otros antidepresivos. Este es uno de los más difíciles de quitar y tiene efectos secundarios muy serios”.
Gómez, que lideró la Encuesta de Salud Mental 2015 y estuvo al frente de las guías clínicas para tratar la depresión en Colombia, también le preocupa que el debate aún no haya llegado al país. Para él, ahora, con el estudio de Jureidini, esa discusión se debe dar de manera participativa. Y el Invima, dice, también debería enviar una completa información a los médicos.
Con él concuerda Rodrigo Córdoba, presidente de la Asociación Psiquiátrica de América Latina. “Los organismos reguladores deberían advertir sobre las bondades del medicamento, pero también tienen la obligación de exponerle los riesgos a los pacientes”.
En su defensa el Invima afirma que a los médicos se les da toda una información sobre estos asuntos que es divulgada por los laboratorios a través de las visitas médicas y en revistas científicas. A los pacientes, por su parte, “se les suministra con insertos que vienen dentro de la caja del medicamento”.
Pese a esas pistas, resulta más difícil encontrar señales de lo que sucedió en el país en relación con la paroxetina, si GSK parece no estar abierta al diálogo. El Espectador trató de comunicarse con el laboratorio a través de Burson-Marsteller, la agencia que maneja sus comunicaciones, pero fue imposible conocer su posición.
Su única pronunciación provino de la casa matriz hace unas semanas: “Esto (el estudio Jureidini) es bien conocido y la etiqueta del producto ha contenido advertencias claras desde hace más de una década. Por ende, no creemos que este nuevo análisis afecte la seguridad de los pacientes.
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