Así crearon el primer medicamento para una sola persona

Miércoles, 30/10/2019
El llamado Milasen, por la niña Mila Makovec que lo recibirá, abre las posibilidades para otros casos, pero también dilemas éticos.
Sergio Silva Numa / El Espectador

A principios de este mes, la revista The New England Journal of Medicine, una de las más prestigiosas en el mundo médico, publicó un artículo con un título difícil de digerir: “Terapia de oligonucleótidos personalizada para paciente con una enfermedad genética rara”. Con esa frase más de cuarenta autores habían resumido la investigación detrás del primer medicamento desarrollado, únicamente, para una persona. “Revolucionario”, fue la palabra que utilizaron algunos para describirlo. Otros prefirieron usar un adjetivo que pronto se extendió en los medios de comunicación: se abre, dijeron, el camino hacia una medicina “ultrapersonalizada”. 

“Milasen”, como el grupo de científicos resolvió llamar a ese fármaco, es una evocación del nombre de la niña que lo recibió: Mila Makovec. De ocho años y habitante de Longmont, Colorado (EE. UU.), había sido diagnosticada tiempo atrás con el síndrome de Batten, una enfermedad rara que afecta el sistema nervioso central y solo se presenta en dos o cuatro de cada 100.000 nacimientos. Deficiencias cognitivas, convulsiones severas y ceguera son algunos de sus síntomas más frecuentes.

En Mila habían empezado a manifestarse con una desviación en el pie derecho a los tres años. A los cuatro, su familia notó sus dificultades para leer. A los cinco, observó cierta torpeza motora y problemas para hablar. A los seis, Mila tuvo que ser recluida en el hospital y la progresión de la enfermedad, entonces, fue imparable. No pudo volver a alimentarse sola ni a caminar sin ayuda. Las convulsiones aumentaron: tenía entre quince y treinta episodios por día. Cada uno duraba hasta dos minutos. 

El azar de la genética no la había favorecido. Mila heredó dos versiones mutadas del gen MFSD8, necesarias para desarrollar el síndrome de Batten. Una de ellas, sin embargo, era casi imperceptible. Solo tras una intensa búsqueda, en marzo de 2017 el equipo médico resolvió el enigma. Aquel gen, intacto a primera vista, tenía un extraño fragmento de ADN que impedía la fabricación de una importante proteína.

Timothy Yu, biólogo molecular de Harvard y cabeza del grupo tratante en el Boston Children’s Hospital, tuvo, entonces, una idea: intentar reparar ese fragmento defectuoso con una técnica de un nombre difícil de recordar: los oligonucleótidos antisentido. “Es la próxima frontera para el tratamiento de trastornos neurológicos”, apuntaron en 2017 Carlo Rinaldo y Matthew J. A. Wood, del departamento de Medicina de la Universidad de Oxford. Aunque ya se había empleado para desarrollar el polémico Spinraza (o Nusinersen), era la primera vez que se aplicaba a una mutación única de un paciente. 

Saltándonos las complejidades médicas, el doctor Yu y su equipo fabricaron una pieza de ARN personalizada para bloquear ese trozo de ADN extraño. Su investigación, financiada gracias al recaudo que logró la Fundación El Milagro de Mila (Mila’s Miracle Foundation), concluyó con el desarrollo de Milasen. Ni la madre de Mila ni el doctor Yu quisieron revelar cuál había sido el costo real del medicamento. Según el New York Times, la fundación, al menos, logró recaudar US$3 millones.

Una nueva puerta con muchas preguntas

En el artículo del The New England Journal of Medicine (NEJM), Yu y sus colegas describieron la mejoría de Mila. Sus convulsiones habían disminuido en número (entre cero y veinte) y en tiempo de duración (un minuto). Además, había vuelto a comer alimentos en puré sin la ayuda de un tubo. Los efectos adversos tampoco eran graves.

Pese a ello, Yu era franco. No se trataba de una cura ni de un milagro. “Estamos animados al ver la reducción de las convulsiones, pero no sabemos si la atrofia cerebral se ha detenido”, le dijo al diario El País.

Pero así como el caso de Mila abre una puerta de expectativas (y esperanzas), crea también un nuevo mundo de preguntas. Ignacio Zarante, médico genetista y profesor de la U. Javeriana, las condensa en un par de interrogantes: “¿Cuál es el real desenlace de este medicamento? ¿Cuál es el efecto real en el paciente?”.

Detrás de esas dudas hay varias tan complejas como sus respuestas: ¿los resultados logrados, valiosos para la familia, implican, una mejor calidad y mayor expectativa de vida? Si no es un medicamento curativo, ¿vale la pena concentrar una gran inversión en un solo paciente? Si no se estudian estos nuevos caminos de la ciencia, ¿cómo saber si son eficaces y seguros?

A los congresos médicos a los que suele asistir el doctor Zarante es usual que, cada vez con más frecuencia, se hable de estas terapias génicas. “Es una línea que está creciendo de manera impresionante. Implica una nueva ruta para pacientes que antes solo podíamos asesorar pero que no tratábamos”, dice.

Aun así, prefiere ver estos adelantos con los lentes del escepticismo. “Tenemos algunas reservas, porque los resultados clínicos no son los más claros ni los más impactantes. Además, hay un factor que no podemos eludir: el precio de estas medicinas es exorbitante”.

En tiempos en los que los sistemas de salud enfrentan serios aprietos financieros, ese último punto que menciona Zarante es uno de los más complejos en estos debates. José Julián López, químico farmacéutico y director del Centro de Información de Medicamentos de la U. Nacional, cree que estas terapias son la antítesis de la salud pública. Su postura la defiende con un buen argumento: “Hay que respetar y entender el dolor de las familias que están en esta situación, pero, ¿debería invertirse tanto dinero en una sola persona cuando hay necesidades tan grandes en salud pública? Si estos medicamentos tuvieran costos más bajos, bienvenidos, pero pueden poner en aprietos a cualquier sistema”.

Pedro Amariles, doctor en Farmacología y profesor de la U. de Antioquia, define estos nuevos desarrollos bajo un término usado en muchos sectores: “Es la cuarta revolución industrial”. Y, como toda revolución, dice, implica un cambio vertiginoso. Para él, la fabricación del Milasen es algo promisorio, pero prefiere pararse del lado de la incertidumbre. “¿Qué prevalece: el interés individual o el colectivo? ¿Puede un sistema como el colombiano pagar uno de estos tratamientos?”, son algunas de las preguntas que se le vienen a la cabeza tras examinar el caso.

Hay, además, otros complejos dilemas que los médicos Janet Woodcock y Peter Marks formularon en un editorial del NEJM. “¿Qué evidencia se necesita para exponer a un humano a un nuevo medicamento? ¿Cuál es la garantía de seguridad que se requiere? Es una discusión que plantea muchos problemas éticos y sociales”, sentenciaron.

En palabras de Mauricio Sanabria, epidemiólogo y bioeticista de la U. del Rosario, nos enfrentamos al nuevo paradigma en la evaluación de medicamentos. Su análisis también lo explica con un interrogante: “¿Qué datos mínimos vamos a requerir para garantizar que un medicamento de este tipo es seguro y eficaz? Se aproxima una intensa discusión en justicia en salud”.

En medio de tantas preguntas, la profesora Lucy Gabriela Delgado, que dirige el grupo de Investigación en Inmunotoxicología de la U. Nacional, ve un punto a favor: la financiación, en el caso del Milasen, mostró que hay caminos que pueden ser independientes de la industria farmacéutica y ayudarían a estudiar enfermedades que no suelen ser de su interés. “Es un avance para el conocimiento, pero requiere enormes retos en términos de diagnóstico molecular que, en el caso colombiano, no suele ser de uso masivo”, explica.

Julia Vitarello, la madre de Mila, está al tanto de estas discusiones. Por eso, mientras el tiempo y la ciencia las resuelve, prefiere tomar las cosas con calma. Como le dijo a The New York Times, por lo pronto está con “un pie en la realidad y otro en la esperanza”.

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