Efecto Adderall: El riesgo de medicarse para poder estudiar
Son las 10 de la noche y Alberto conduce en alguna ciudad de América Latina. Las calles están vacías y él está terminando una jornada extenuante. Acaba de empezar filosofía en una reconocida universidad y sus días transcurren con intensidad. En la mañana estudia economía y en las tardes lucha por entender a los pensadores griegos. Alberto conduce cansado. Se le cierran los ojos. Está a pocas cuadras de su casa, pero prefiere detenerse a tomar un respiro antes que chocar. No sabe cuántas horas transcurren, pero a las 6:30 a.m. su alarma lo despierta. Todavía está al frente del volante. Se mira en el espejo retrovisor y se acomoda la camisa. Frota sus ojos, se limpia la saliva. Prende su auto y acelera para ir de nuevo rumbo a la universidad.
El episodio transcurre en 2008 y Alberto prefiere que omita su nombre real. Tampoco quiere que mencione el lugar en el que se encuentra. Nos conocemos desde hace un buen tiempo y cree que no todos los amigos que tenemos en común van a ver esta historia con el mismo lente. Hablar del consumo de medicamentos para “potenciar las capacidades de aprendizaje”, como dicen unos, se está convirtiendo en un tema espinoso.
Él toma uno llamado Concerta desde ese día que casi choca. Fue el mejor camino que encontró para mantenerse con los ojos abiertos. “Para sostenerme mientras estudiaba dos carreras. Lo amé. Estaba encantado, podía hacer de todo. Trabajar, estudiar, rendir”. Alberto había ido al psiquiatra y el diagnóstico fue una enfermedad cada vez más popular: trastorno por déficit de atención. Tenía 20 o 21 años. “Fui porque no llegaba al final del día. Tenía muchas actividades y no me alcanzaba la energía. El médico me dijo que ahí estaba la solución”. Años después vino la sobredosis, la parálisis de la cara, los dilemas y los burnout .
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Una de las primeras cosas que me pide Julián Quintero es que tenga mucha prudencia al escribir sobre estos medicamentos. Él es el director de Échele Cabeza, una organización que se ha especializado en generar y difundir información sobre sustancias psicoactivas, y le inquieta que este asunto se siga tratando con la misma frivolidad con la que lo han hecho varios medios. Lo más usual es que rotulen medicinas como las que toma Alberto con un calificativo peligroso: “Pastillas para la inteligencia”. Tiene un poco de razón. Los titulares que arroja Google parecen más una invitación. “Probé la droga inteligente que me hizo amar el trabajo y odiar todo lo demás”, “Mi pesadilla con las llamadas pastillas de la inteligencia”, “La droga de inteligencia sin límites“. son algunos de ellos.
A Julián también le preocupa un nuevo documental que lanzó Netflix el mes pasado. “Toma tus pastillas”, lo tituló su directora Alison Klayman. A su parecer, aunque muestra las dos caras de estos fármacos, es mucho más fácil grabarse la primer parte, un relato asombroso de cómo los estudiantes universitarios de Estados Unidos están consumiendo un medicamento para soportar cargas académicas. Su nombre ya es tan popular como polémico: Adderall.
Su inquietud tiene un argumento de fondo. Desde que salió al aire esa película, cada vez más usuarios le preguntan sobre esas pastillas. ¿Dónde las podemos conseguir? ¿Cuáles son sus consecuencias? La respuestas a esos interrogantes forman parte de un debate muy amplio que hace ya varios años empezó a darse en EE. UU. y poco a poco se ha ido trasladando a Colombia. Pero aún es tan incipiente, dice Julián, que no hay cifras porque no se ha identificado una de esas sustancias para incluirla en la Encuesta Nacional de Consumo. “Tampoco hay estudios focalizados o poblacionales”, reitera. “No hay consumo de manera regular. Apenas sabemos que son experimentales”.
Rodrigo Córdoba, ex presidente de la Asociación Psiquiátrica de América Latina, lo confirma. “No hay ni regulación ni criterio de manejo ni criterio de diagnóstico para tratar casos de pacientes que consumen estos medicamentos. Ya he tenido varios casos de jóvenes con adicción que traen estos medicamentos desde el exterior o los compran por internet. Tuve uno con un episodio de convulsión severo. Es un problema al que deberíamos empezar a prestarle atención”.
El problema tiene muchas aristas y para comprenderlas es mejor ir por pasos. El primero de ellos es el Adderall.
1. Adderall
Gordon Alles tenía 19 años cuando hizo un descubrimiento inesperado. A finales de 1920, mientras buscaba un tratamiento para el asma, este químico estadounidense sintetizó una sustancia que bautizó con el nombre complejo: Beta-fenil-isopropilamina. Al inyectársela sintió una sensación de bienestar y de vigilia. Fue la primera vez que alguien probaba las anfetaminas.
Se trató de un hallazgo que rápidamente tomó popularidad. La farmacéutica Smith Kline & French lo sacó al mercado en la década siguiente bajo el nombre de Benzedrine, una medicina que se recetaba para elevar el estado de ánimo, para curar la depresión o incrementar la energía. Como lo reconstruye The New York Times en un reportaje publicado en 2016, las anfetaminas empezaron a expandirse entre el público. Tras ser formuladas para los soldados en la Segunda Guerra Mundial y ser solicitadas por las mujeres por la supresión del apetito, a finales de los sesenta las autoridades de Estados Unidos tuvieron que reglamentar su consumo. ¿La razón? La adicción que generaban había llevado a más de 10 millones de adultos a ingerirlas.
Saltándonos pedazos de la historia, en 1994 apareció en el mercado un medicamento cuya base era esa sustancia descubierta en 1920, aunque en dosis mucho más moderadas. Bajo el nombre de Adderall tenía un propósito claro: tratar el trastorno por déficit de atención (TDA).
Sin embargo, poco a poco empezó a ser consumido por muchos jóvenes en medio de un gran empujón publicitario. En 2012, 16 millones de adultos habían recibido recetas para comprarlo y en los campus universitarios se volvió indispensable. “Todos toman Adderall”, dice una de las protagonistas del documental de Netflix. “Para ser una estudiante perfecta necesitas Adderall e Instagram”, replica otra. En pocas palabras, los ayuda a concentrarse y a estar despiertos, pero esa es una discusión que abordaremos más adelante
En términos más detallados, este fármaco está compuesto por dextroanfetamina y anfetamina. La primera advertencia que hace la página de la Biblioteca Nacional de Medicina de EE. UU. es que esta combinación puede causar adicción. “Si usted toma mucha dextroanfetamina y anfetamina podría darse cuenta de que el medicamento ya no controla sus síntomas. Podría sentir una necesidad de tomar cantidades más grandes”. Los posibles efectos adversos van desde desmayos y mareos hasta diarrea y convulsiones.
2. Metilfenidato
Alberto tiene una buena metáfora para explicar cómo se debe consumir su medicamento. “La sugerencia de los médicos es que debo tomarlo como las espinacas de Popeye: únicamente en momentos claves. No puedes hacerlo un hábito. Un frasco de 30 pastillas de Concerta me dura unos seis meses”.
La última vez que él consumió ese fármaco fue hace un par de noches. Lo había dejado de tomar por cerca de un semestre, pero volvió a él porque tiene dos trabajos, está inmerso en un proyecto académico y tiene que finalizar sus estudios de posgrado. “Sólo lo consumo en este tipo de situaciones. No soy adicto”, reitera. El Concerta es parte de otro grupo de medicamentos cuya base principal es el metilfenidato. Como explica José Julián López, doctor en ciencias farmacéuticas y profesor de la U. Nacional, se usa para tratar trastornos como el déficit de atención con hiperactividad (TDAH) o la narcolepsia, un mal que genera somnolencia excesiva. Para ser un poco más específicos, pertenece a una clase de medicamentos llamados estimulantes del sistema nervioso central. De este grupo son parte la Ritalina y el Metadate, dos populares fármacos. También pueden ser adictivos y los efectos adversos son muy similares a los del Adderall.
Alberto comprobó esas consecuencias una noche después de varios exámenes de filosofía. En la mañana había tomado su habitual dosis de Conerta (media pastilla) para resolver sus líos académicos y le añadió otra de Miododal (basado en modafinilo) que le ofreció su novia. “El examen lo respondí perfectamente, pero al final de la tarde empecé a sentir un nerviosismo extremo. Nunca en mi vida había estado tan nervioso. Te dan ganas de arrancarte los dedos, de quitarte la piel. En la noche me entró un dolor horrible de cabeza y en la madrugada dejé de sentir media cara. Tenía una sobredosis. Duré tres días así y no fui al hospital. Una completa estupidez”, dice.
Aunque él adquiere su medicina gracias a una fórmula médica, confiesa que no es difícil encontrarlas en el mercado negro. Muchos de sus amigos de su círculo académico tambien consumían algún tipo de estas píldoras y no habían tenido que ir al psiquiatra. Como sucede en Estados Unidos, donde él se encuentra basta con tener un poco de dinero para acceder a ellos.
3. Un profundo debate
En 2011 el director Neil Burger presentó al público la película Sin límites. En ella, un escritor (Bradley Cooper) encontró en una pastilla la mejor solución para salir del peor problema que puede padecer alguien que quiere escribir: un "bloqueo". La píldora que le abrió las puertas de la mente era una alusión directa y nada responsable a los medicamentos que se popularizaban en EE. UU. y que empezaban a inquietar a las autoridades.
Desde que se identificó ese fenómeno, que incluye los grupos de fármacos mencionados anteriormente, se ha abierto un amplio debate con muchas aristas, imposible de resumir en estas líneas. Uno de sus puntos centrales es sobre su efectividad. Los estudios que aparecen en la Biblioteca Nacional de Medicina de EE. UU. son diversos. Algunos sugieren que, en el caso de los estudiantes que lo consumen, a veces pareciera actuar como un efecto placebo, aunque hay un consenso, como dice el profesor López, en que actúan como estimulantes del sistema nervioso central, promoviendo la trasmisión de neurotransmisores."Lo que hacen es aumentar los sistemas de alerta y disminuir la sensación de cansancio y por eso los chicos creen que aprenden más", explica el psiquiatra Rodrigo Córdoba.
El otro punto clave lo resume en una pregunta Juan Daniel Gómez, doctor en neurofisiología de la U. de Múnich y profesor en neuropsicología y bioética de la U. Javeriana. "¿Es moralmente aceptable que los estudiantes usen estos métodos? ¿Es ético?". Él cree que no. “¿Por qué debemos tener un doctorado a los 26 años en el MIT? ¿Por qué defendemos el máximo rendimiento como fin último? Cuando eso sucede, se pierde el humanismo, se privilegia la productividad sobre el ser; sobre el sentido de la vida misma. Las distracciones son sólo un invento de quienes quieren vivir como Charles Chaplin en Tiempos modernos: como una máquina. Hay que hacer un elogio de la vida sencilla”, dice.
Él usa un término para definir lo que sucede cuando se ingieren estas píldoras. "Doping cognitivo" lo llama. También suele ser conocido como "ensanchamiento cognitivo". La neuroética, una rama de la bioética, ha intentado responder esas dudas en varias ocasiones. Las discusiones son intensas y han abierto un sinfín de interrogantes. Algunos los planteó hace unos meses en la revista Anamnesis de la U. Javieriana el psiquiatra y candidato a PhD en Epidemiología Clínica Ricardo de la Espriella Guerrero. En un artículo titulado Neuroética de los potenciadores cognitivos, se preguntaba: "¿Cuál debe ser el papel de los entes regulatorios? ¿Por qué estos potenciadores pasan como suplementos vitamínicos, promocionados por televentas y similares? ¿Cómo se modifica la relación entre profesores y alumnos?". Una de sus conclusiones era que a pesar de que prometen "desenlaces deseables de bienestar y felicidad", impiden que "éstas se basen en un desarrollo humano a través de la introspección, el logro personal y la coherencia de los actos".
Estas preocupaciones están inmersas en otro tema polémico que trata el documental de Netflix y que suele generar debates en círculos de la psiquiatría: los diagnósticos del déficit de atención, especialmente en menores. “Mi postura es que sí hay un porcentaje de niños con TDA e hiperactividad, pero cualquier conducta también debería ser incluible en la sociedad. Vivimos en un mundo de distracciones y estímulos. A veces hay cerebros talentosos que son frenados por esos medicamentos”, afirma Gómez. "Cuando hay un diagnóstico preciso, éstos medicamentos son muy útiles para chicos con dificultades, pero no en todos los casos son convenientes", dice Córdoba.
Todas estas reflexiones ya han pasado por la cabeza de Alberto. Más allá de los efectos secundarios, cree que el Concerta, su medicina, le ha generado mucha desconfianza. “En este momento no sé hasta dónde mis logros son gracias a esas pastillas o son los logros de Alberto. Siempre me lo he preguntado. Sé que el cerebro tiene unos límites y nosotros los estamos violando. Hay que reconocer que no todos somos Marx y que no todos somos Heggel. El problema es que esta sociedad nos exige no fallar. Las universidades nos piden calificaciones excelentes, hablar varios idiomas y además tocar el piano y estar en equipos de debate”.
"Y sabiendo esto, ¿no le tienes miedo a estos medicamentos?", le pregunto. Su respuesta me la explica con un concepto que utiliza en sus clases. "Mi mayor temor es llegar a una ley de rendimientos decrecientes que dice que conforme consumes un bien, éste es menos satisfactorio. Para ponerte un ejemplo: cuando tomas una cerveza, te sientes bien. Luego, bebes otras dos y pues te sientes mejor. Pero a la octava o novena tu placer empieza a decaer. En lugar de ganar, empiezas a perder. No puedo decir que he buscado a profundidad estudios sobre este punto, pero estoy medianamente informado y en más de una ocasión he leído que este puede ser uno de los efectos de consumir estas pastillas. Me da mucho terror".
4. Última discusión
Al hablar de estimulantes del sistema central, hay uno que no puede pasar inadvertido: el modafinilo. Usado para tratar la narcolepsia o varios tipos de trastorno de sueño como el síndrome de hipopnea o la somnolencia excesiva causada por la apnea obstructiva del sueño, también suele ser usado para propósitos similares a los del Adderall (que no se vende en el país) o el Concerta, aunque parece no causar la misma adicción.
A diferencia de estos medicamentos, el modafinilo se puede conseguir sin fórmula médica. Vigía es el nombre comercial con el que lo venden en Colombia y, explica el profesor López, "pertenece a una clase de medicamentos llamados agentes estimulantes de la vigilia. Funciona al modificar las cantidades de ciertas sustancias naturales en el área del cerebro que controla el sueño y la vigilia".
No hay cifras concretas sobre su consumo, pero hay una población en la que su uso parece ser muy frecuente en el país: los estudiantes de medicina. Un médico que hace un par de años se graduó de la Universidad del Rosario y prefiere estar en el anonimato lo confirma: "Entre los médicos residentes, que deben hacer turnos extenuantes, es muy frecuente. Como es un medicamento de primera línea para tratar la narcolepsia, es un muy fácil conseguirlo. Aumenta la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la capacidad de alertamiento. Eso permite tener mayor concentración y que el sueño disminuya. Como hacer un turno de esos es pagar por trabajar, pues muchos trabajan a la vez como médicos generales. Hay que tener la misma capacidad durante 24 o 36 horas". ¿Con qué frecuencia lo consumen? "Cuando uno es estudiante, en época de preparcial. En los túrnos de residente, una o dos veces por semana".
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