Marcos Gómez Sancho: "La eutanasia es la antítesis de los cuidados paliativos"
Una experiencia de dolor determinó que Marcos Gómez Sancho cambiara la anestesiología por los cuidados paliativos. A los 37 años sufrió una infección en la columna vertebral y estuvo tres años postrado en una cama. Cuando logró recuperarse se dio cuenta de que el tratamiento del dolor era su verdadera vocación y decidió dedicarse a los pacientes terminales, esos que sufren cuando la muerte ya es inexorable. El médico español se convirtió entonces en un referente de los cuidados paliativos en el mundo y hace unos días estuvo en Uruguay en una conferencia organizada por el Colegio Médico. Aquí, un resumen de la entrevista que Gómez Sancho brindó a El Observador.
-¿Qué rol cumplen los cuidados paliativos?
-Son un modelo de atención encaminado a dar respuesta a las múltiples necesidades físicas, psicológicas, sociales y espirituales del paciente y sus familiares cuando esta persona no responde a los tratamientos curativos disponibles y se espera su muerte en un plazo más o menos breve. En esos momentos hay que dejar de darnos contra la pared, hay que dejar de intentar curar algo que se ha demostrado incurable y entonces cambiamos los objetivos por el confort y la comodidad del paciente y su familia.
-¿Todos los médicos saben cuándo dejar de intentar curar lo incurable?
-Muchas veces la obstinación terapéutica es una forma que tenemos los médicos de no aceptar nuestras limitaciones. Con este desarrollo que hemos tenido en las últimas décadas se ha generado en los médicos una especie de delirio de omnipotencia totalmente ajeno a la realidad. Con ello hemos transmitido a la sociedad una especie de delirio de inmortalidad igualmente ajeno a la realidad. Por lo tanto, alguna vez tenemos que asumir nuestras limitaciones y parar; no seguir sacrificando al enfermo con tratamientos costosísimos, con unos efectos secundarios muy grandes, cuando las posibilidades de que funcionen son muy pocas.
Los cuidados paliativos avanzaron en Uruguay en los últimos años. En 2013 el Ministerio de Salud Pública creó el Plan Nacional de Cuidados Paliativos, que favoreció el acceso a los tratamientos del dolor en los pacientes terminales. En 2016 hubo 16.250 personas que formaron parte del programa.
-¿El paciente acepta a un médico que lo acompaña mientras muere?
-Lo primero que tenemos que considerar es que muchas veces en nuestra cultura latina los pacientes están engañados. Es frecuente que no se les diga qué tienen porque casi siempre la familia nos induce a que ocultemos el diagnóstico al paciente con el noble interés de protegerle. El problema es que de esta manera no se le protege. Si un paciente no está adecuadamente informado de su situación y aparece un médico diciendo que es de cuidados paliativos –que ya hoy todo el mundo va sabiendo de qué se trata–, efectivamente puede generar un conflicto.
-¿Le pasó que un paciente le dijera que no quiere su ayuda?
-Sí, y nunca a un enfermo se le puede obligar a ningún tipo de tratamiento. Si no quiere nos retiramos y le dejamos bien claro que si alguna vez nos necesita, estamos a su disposición. Efectivamente eso siempre termina por suceder, porque nadie quiere tener dolor, ni asfixia, ni náuseas, ni vómitos, ni estar angustiado. Y la familia lo mismo. Entonces, terminan aceptando de muy buen grado a personas que van a ayudarle.
-A la eutanasia muchas veces se la llama muerte digna. ¿Qué vinculación hay entre esa práctica y los cuidados paliativos?
-La muerte no es ni digna ni indigna, la muerte es la muerte y sanseacabó. Quizás se puede hablar del proceso de morir. La eutanasia vinculada con los cuidados paliativos es una malinterpretación de unos grupúsculos que promueven su despenalización. Para no decir la palabra eutanasia, que está prohibida, que tiene mala prensa, que es antiética, antideontológica a nivel profesional, entonces se empieza a hablar de la muerte digna. No tiene nada que ver morir dignamente, morir en paz, con la eutanasia. Se puede morir muy bien, de hecho, miles de enfermos todos los días se mueren en todo el mundo de una manera apacible, serena y digna. Esto ocurre sin que se les aplique la eutanasia, simplemente unos buenos cuidados paliativos. La eutanasia es un discurso que no tiene nada que ver con los cuidados paliativos, es más, puede ser la antítesis.
43% de los pacientes terminales recibieron atención de cuidados paliativos en 2016 en Uruguay. Cuatro años antes había sido el 18% de los casos.
-¿Los pacientes terminales suelen pedir la eutanasia?
-Sí es verdad que llega algún paciente a nuestra unidad de cuidados paliativos pidiendo que lo matemos. Pero cuando le preguntas por qué, dice que lleva 11 días sin dormir, que tiene un cáncer de páncreas con un dolor extenuante y que le están dando paracetamol cada 12 horas. Así yo también quisiera que me mataran. Pero la respuesta no es matarlo sino empezar a darle los analgésicos potentes que necesita. Apenas le pone usted la primera inyección de cloruro mórfico, ese enfermo se duerme y recupera los 11 días que lleva sin dormir. Le aseguro que jamás vuelve a decir que quiere morirse. Lo que están pidiendo entre líneas es que se ocupen de ellos, que les controlen los síntomas, que se ocupen también de sus familias y que no los consideren muertos antes de morir, que no los abandonen.
-El cáncer, de hecho, es la enfermedad más temida por los uruguayos, según una encuesta reciente. ¿Cree que esa percepción es extrapolable al resto del mundo?
-A lo largo de la historia siempre hubo una enfermedad maldita. En la antigüedad fue la lepra, la peste, la tuberculosis más recientemente. Estas enfermedades fueron perdiendo esa odiosa reputación cuando los médicos fueron capaces de curarlas. Entonces hoy el cáncer ocupa ese lugar, que aparece como sinónimo de dolor y muerte. Por lo tanto, es en todos los sitios la enfermedad maldita por excelencia. Y si nos fijamos, por ejemplo, las alegorías de la enfermedad, cuando de algo se quiere decir que es horroroso se dice que es un cáncer. Esa es la tragedia de los enfermos de cáncer, que saben que tienen una enfermedad que probablemente acabe con su vida y además tiene un nombre maldito que ni siquiera se puede pronunciar. Eso no es verdad igual, porque hoy se curan la mitad de los cánceres.
-En Uruguay no es la patología que más mata, sino las enfermedades cardiovasculares. ¿Por qué el miedo entonces?
-Lo que pasa es que un infarto es limpio, es algo aséptico, es un rayo, es fulminante. El cáncer es algo oculto, es un cangrejo que se extiende, que invade. Entonces en el subconsciente de las personas tiene mucha más malignidad el cáncer: es una enfermedad degenerativa, que te va comiendo, que va extendiéndose. Existe la posibilidad incluso de que no te des cuenta de que la tienes, mientras que con el infarto mueres y mueres entero. Esto en el imaginario colectivo genera que el cáncer sea una enfermedad especialmente maldita y temida.
En Uruguay hay tres grupos de cuidados paliativos en función de la situación del paciente. El grupo A atiende casos de sufrimiento leve a través de consultas telefónicas. El grupo B se encarga del sufrimiento moderado durante la internación. El grupo C se denomina situación complicada y actúa al final del proceso.
-¿Cómo es trabajar con pacientes terminales?
-Es un trabajo duro pero tenemos que hacerlo. Nuestro paciente es nuestro paciente hasta el final y no lo podemos abandonar. Forma parte de nuestra profesión y si hemos elegido esta profesión también es para acompañar a los pacientes incurables. Así ha sido siempre, hasta hace 60 años no se curaba nada, toda la medicina era paliativa. Desde que empezamos a curar enfermos, se nos han olvidado las raíces de la medicina: es curar algunas veces, aliviar la mayoría de las ocasiones y confortar siempre. Es verdad que en un servicio de cuidados paliativos el volumen de muerte es grandísimo, prácticamente de 12 a 14 muertos semanales. Y también es verdad que estar en contacto permanente con el dolor, el sufrimiento, la decrepitud y la muerte es un trabajo que puede ser agotador física y psicológicamente.
-¿Por qué eligió esta especialidad entonces?
-Tuvo que ver con una experiencia personal, que tuvo su origen en una hernia discal, que es una simpleza de intervención. Me operaron, pero se infectó en el quirófano. Entonces sufrí un dolor horroroso y durante tres años estuve en la cama. Eso fue a los 37, yo era anestesiólogo y trabajaba en un quirófano. Ese fue mi camino a Damasco: una experiencia personal fuerte, que me hizo reorientar mi vida, mis valores y mi profesión también.
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