¿Una cirugía falsa es capaz de curar?
En diciembre de 2016, un reportero de National Geographic acompañó a un grupo de cirujanos de la Universidad de Florida durante la intervención quirúrgica que le practicaron a Russell Price, un paciente con una avanzada enfermedad de Parkinson. El objetivo de la cirugía era implantar un cable de estimulación cerebral, programado para enviar impulsos eléctricos con cierta regularidad a su cerebro.
Los médicos sabían con claridad que ese tratamiento no guardaba ninguna relación directa con la enfermedad de Parkinson. Simplemente querían hacer creer a Price que estaban haciendo algo que lo beneficiaría. Durante la cirugía, en la que Price permaneció despierto mientras los médicos trepanaron su cráneo, se observaba cómo el temblor de sus manos se reducía considerablemente cuando uno de los cirujanos le preguntaba si se sentía mejor.
“Cuando introduces expectativas de beneficios en un paciente, aparece el efecto placebo. Cuando los pacientes esperan mejorar, con frecuencia mejoran”, comentaba el neurólogo Michael Okun en aquel video. “No trato de usar el efecto placebo para engañarlos, pero estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por mejorar a estos pacientes”.
El efecto placebo ha sido tradicionalmente asociado al consumo de medicamentos inocuos, pero pocas veces se ha explorado su poder en intervenciones quirúrgicas. En los últimos años ha comenzado a aparecer evidencia médica que apunta a que dentro de una sala de cirugía puede resultar incluso más potente.
Para estudiar el efecto placebo en pacientes cardíacos, un grupo de investigadores del Imperial College London llevaron a cabo un experimento cuyos resultados acaban de ser presentados en la última edición de la revista médica The Lancet. Los médicos reclutaron a 200 pacientes con isquemia cardíaca, es decir, que su corazón no recibía suficiente sangre y oxígeno. A 105 de ellos los sometieron a una intervención coronaria percutánea. El procedimiento consiste en introducir un tubo hueco fino y flexible (catéter) con un pequeño globo inflable en la punta en una arteria de la ingle o el brazo y dirigirlo al corazón. Una vez se alcanza la zona con dificultades de flujo, se infla el globo, lo que dilata la arteria y restablece el flujo sanguíneo. En los demás se simuló la operación pero no se llevó a cabo.
Este tipo de cirugía se practica anualmente a unas 500.000 personas, aunque diversos estudios han mostrado que en realidad no reduce la mortalidad en pacientes con enfermedad arterial.
Al evaluar a los pacientes de los dos grupos, los médicos demostraron lo que ya intuían: “En los pacientes con angina tratada médicamente y estenosis coronaria severa, la intervención coronaria percutánea no aumentó el tiempo de ejercicio más que el efecto de un procedimiento de placebo”. En otras palabras, fingir operar a este tipo de pacientes puede provocar el mismo nivel de alivio de síntomas que en aquellos sometidos al procedimiento real.
La evidencia aportada por los médicos británicos se suma a otros trabajos sorprendentes sobre el poder del efecto placebo dentro de las salas de cirugía. En 2013, como lo recordó la periodista Claudia Wallis en Scientific American, se analizaron 79 estudios sobre prevención de la migraña y el efecto placebo. El resultado fue sorprendente. Las píldoras falsas funcionaron en un 22 % de los casos, la acupuntura falsa tuvo efecto en 38 % de los pacientes y las cirugías engañosas en 58 %.
En 2014, médicos de Oxford y Cambridge revisaron 53 estudios de distintos tipos de cirugías y detectaron que en 39 (74 %) hubo mejoría por efecto placebo y en 27 (51 %) el efecto del placebo no fue diferente al de la cirugía tradicional. Entre ellas un gran número relacionadas con cirugías de rodillas.
Los estudios sobre el efecto placebo en cirugía plantean preguntas, algunas de ellas relacionadas con la efectividad de ciertas intervenciones: ¿no deben suspenderse las cirugías que no demuestren un efecto superior al placebo? Y, por otro lado, ¿está dispuesto a aceptar que su médico lo engañe con tal de obtener alguna mejoría?
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