Marihuanas de alta potencia y brotes psicóticos, evidencia debatida y creciente
Legalización de uso y producción debería favorecer variedades con concentraciones de sólo 2 a 4% de THC. Y concientizar de los riesgos de variedades skunk que poseen hasta casi 20%.
Rodrigo Lara Serrano. A medida que en América Latina el consumo y posesión de marihuana sale del ámbito de lo criminal y entra en el de las costumbres aceptadas, como ocurre con el alcohol, surgen opiniones que alertan en relación a los efectos dañinos de su ingesta cotidiana.
Esto último es rechazado por la mayoría de los partidarios de acabar de una vez por todas con una prohibición que obliga a desviar fondos públicos y de seguridad, a la vez que estigmatiza el uso de una planta históricamente considerada como inofensiva. Por ello hacen hincapié en que ésta, incluso, contiene principios activos benéficos comprobados (Cannabidiol o CBD) para ciertos males y enfermedades.
Sin embargo, en este debate incipiente, la evidencia comienza a indicar que ambas partes tienen buenas razones, aunque una mirada tuerta. Y que las dos están equivocadas en algo esencial: no existe “el consumo de marihuana” en abstracto, de la misma manera en que no existe el consumo de carne vacuna en abstracto. Entonces, cuando se emiten opiniones sobre sus efectos, en realidad se está hablando de cosas diferentes. Tanto como lo son ingerir una copita poco mayor que un dedal de licor de guinda para algún aniversario y tomarse una botella de vodka diariamente.
A este último respecto, es importante destacar que una legalización que habilite la venta y consumo abierto permitiría controlar uno de los elementos menos evaluados en la discusión: la concentración del principio activo (THC o delta-9 tetrahydrocannabinol) en lo que se fuma o come. Porque la ironía es que, durante el siglo XX, al comienzo de la prohibición, ésta operaba sobre plantas que contenían sólo el 2 a 4% de su total en THC (en inglés se las llama weed). Luego aparecieron variedades que incrementaron la presencia a un 10/14%. Una de ellas fue bautizada como skunk, palabra que se convirtió en el genérico para referirse a marihuanas fuertes. Hoy existen más de 100 de ellas. Tal vez la más conocida en el mundo anglosajón, bautizada como Big Buddha Cheese contiene 19,5% de THC y 2,4% de CBD.
Aunque no existe información en América Latina sobre cuál es la penetración de las variedades skunk, se estima que en Londres hasta el 80% de la venta callejera ilegal corresponde a ellas. Se comercializan con nombres como Amnesia, Vanilla Aneurism o Sour Diesel. El problema es que el encanto cómico de sus nombres posee un toque de humor más que negro: en esas concentraciones y dependiendo de la cantidad fumada, las variedades skunk pueden provocar desde estados anímicos pasajeros de paranoia (de suave a intensa) hasta brotes psicóticos.
En un trabajo publicado este mes (“Cannabis and Psychosis: What Degree of Proof Do We Require?”), Robin M. Murray y Marta Di Forti del Department of Psychosis Studies, Institute of Psychiatry, Psychology and Neuroscience, King’s College volvieron sobre un tema ya de larga discusión.
“Han pasado casi 30 años desde que (una investigación de) Andreasson demostró en 1987 la asociación entre el uso de cannabis y la aparición subsecuente de esquizofrenia. Hubo un espacio de 15 años antes que se intentara replicar sus resultados (…) y las cuatro investigaciones en la relación entre el uso de cannabis y una enfermedad psicótica subsecuente reportan una asociación significativa”. Como siempre, la pregunta es ¿qué quiere decir “asociación significativa”. Un artículo publicado por el diario inglés The Guardian, asevera que “los investigadores (del terma) están interesados no exagerar los riesgos. Usando el lenguaje de los negocios, puede decirse que la cannabis por sí sola no es ni necesaria ni suficiente para causar psicosis”. Pero que “la droga inflige una clara carga sobre los vulnerables. Las estimaciones sugieren que disuadir a un uso intensivo de cannabis podría prevenir 8-24% de los casos de psicosis manejados por los centros de tratamiento”, siempre hablando del Reino Unido.
Por supuesto, la relación no es concluyente: podría ser que no fuera la marihuana la que gatilla la psicosis, sino que quienes son propensos a tener una estén inclinados también a consumir más drogas que el resto de la población. De todas formas, la evidencia anecdótica en personas mentalmente sanas que tienen episodios de paranoia o alteración mental luego de fumar es relativamente común y objeto de bromas.
Además, ya está comprobado que los usuarios cotidianos de largo plazo de marihuana, “arrojan evidencia de un sistema de dopamina comprometido”. En concreto, “la liberación de dopamina más baja fue encontrada en el cuerpo estriado: una región del cerebro que está implicada en la memoria de trabajo, comportamiento impulsivo, y la atención. Estudios anteriores han demostrado que la adicción a otras drogas de abuso, como la cocaína y la heroína, tienen efectos similares sobre la liberación de dopamina, pero tal evidencia para el cannabis que faltaba hasta ahora”, se asevera en “Deficits in striatal dopamine release in cannabis dependence”, trabajo liderado por Anissa Abi-Dargham, profesora de psiquiatría (en radiología) en la Columbia University Medical Center (CUMC), dado a conocer estos días.
Por ello, "a la luz de la más amplia aceptación y el uso de la marihuana, especialmente entre los jóvenes, creemos que es importante mirar más de cerca los efectos potencialmente adictivos del cannabis en regiones clave del cerebro”, asevera la investigadora. Y en el caso de su foco de estudio, aclara que “no sabemos si la dopamina baja era una condición preexistente o el resultado de consumo de cannabis, pero la conclusión es que a largo plazo, el consumo de cannabis de alta concentración (de THC) puede poner en peligro el sistema dopaminérgico, lo cual podría tener una variedad de efectos negativos sobre el aprendizaje y el comportamiento”.
Las lógicas legales y comerciales subsecuentes a la legalización deberían considerar estas evidencias en busca de establecer un rango bajo de concentración de THC y, ojalá, un rango alto de CBD (Cannabidiol) en las variedades cultivadas, vendidas y disponibles a gran escala. Es probable que, aún así, las variedades skunk sigan atrayendo a un sector de los usuarios, de la misma manera como aguardientes, piscos, whiskies y vodkas de alta graduación encuentran su camino hacia los alcohólicos. Entonces, en paralelo, urge tanto que los servicios médicos privados y públicos conozcan esta realidad y que la educación familiar y pública las considere igualmente, en vez de negarlas.
Es probable que pronto una prueba genética esté disponible para detectar algunos condicionantes que favorecen la emergencia de estados psicóticos, aunque –como siempre– factores psicológicos y familiares puedan llegar a ser tanto o más importantes. Lo anterior, para que las personas susceptibles de verse afectadas tengan, al menos, alguna idea de su riesgo.
Lo mejor sería que la variedades de alto contenido no hubieran sido creadas nunca y no deja de ser paradojal que haya sido la prohibición absoluta (con la alta rentabilidad delictual consecuente necesaria para ofrecer un producto ilegal) lo que inspiró el camino para convertir a la marihuana, cuyo historial de consumo histórico distaba de ser grave o peligroso, como sí lo fue siempre el del alcohol, en una droga que ahora sí puede ser dañina al consumirse sin precaución ni medida.
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