Migración y salud: la historia no nos absolverá

Jueves, 10/08/2017
Por Claudia Araya Ibacache, Historiadora de la Salud; Andrea Kottow Keim, Profesora de Literatura; César Leyton Robinson, Historiador de la Medicina y la Psiquiatría; Marcelo López Campillay, Historiador de la Salud; Jorge Martin Bascuñán, Historiador de la Medicina; Tania Orellana Muñoz, Teórica e Historiadora del Arte; Cristián Palacios Laval, Historiador de la Criminología y la Policía; Marcelo Sánchez Delgado, Historiador de la Medicina; Patrizio Tonelli, Historiador del Sindicalismo y de la Salud Laboral.
Bío Bío

En el desarrollo histórico de la sociedad moderna, la salud ha llegado a ser uno de los bienes centrales de la vida individual y colectiva. Sin embargo, la misma idea de salud es una noción cuya circunscripción ha sido objeto de constantes revisiones en la que se suman y eliminan aspectos de acuerdo a los valores imperantes en determinado contexto histórico, social y cultural.

Nos parece imperativo hacer presente nuestro punto de vista en virtud de un preocupante fenómeno que en los últimos años ha venido cobrando fuerza en la esfera pública nacional. Nos referimos a las manifestaciones de xenofobia surgidas a partir de la constatación de casos de infecciones sexualmente transmisibles, tuberculosis, lepra, entre otras, casos que han servido como base para que circulen opiniones que establecen un vínculo entre inmigración y enfermedad. Ese vínculo, se argumenta, sería el fundamento para imponer restricciones en el ingreso al país o en la entrega de beneficios sociales a personas de ciertas nacionalidades.

No es nuestro afán discutir en esta declaración qué tan preparado institucionalmente está el país para hacer frente a una realidad global como la que representan los flujos migratorios desde hace siglos, y que en tiempo recientes se han activado a partir de conflictos bélicos, expansión del sistema comercial internacional, reconversión de modelos laborales, entre otros factores. Estos constituyen fenómenos que han deparado episodios de integración, pero también de exclusión y fobias, muchas veces con ribetes dramáticos en relación a las ideas sobre salud y enfermedad. Conviene recordar que no se trata de un fenómeno nuevo en la historia occidental; la obra de Jean Deleameau, por ejemplo, analiza la conformación del miedo en Occidente, donde las epidemias y la figura del extranjero, representado por el Turco, inspiraron un temor permanente en la sociedad europea feudal y de la temprana era moderna.

"Debemos preguntarnos cuál es la contribución de los intelectuales al racismo de la inteligencia. Habría que estudiar el papel de los médicos en la medicalización, es decir, en la naturalización de las diferencias sociales, de los estigmas sociales, así como el papel de los psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas en la producción de eufemismos que permiten designar a los hijos de sub-proletarios o de inmigrantes de una manera tal que los casos sociales se convierten en casos psicológicos, las deficiencias sociales en deficiencias mentales, etc. En otras palabras, habría que analizar todas las formas de legitimación de segundo orden […] sin olvidar los discursos de aspecto científico, el discurso psicológico, así como las afirmaciones mismas que nosotros hacemos". (Pierre Bourdieu, El Racismo de la Inteligencia, 1974).

En el siglo XX, como lo ha analizado Helen Bynum con las corrientes migratorias provenientes de India que se instalaron en suelo británico en la década de 1960, se produjo un aumento de los casos de tuberculosis y, por consiguiente, tensiones entre el control de la enfermedad y la regulación migratoria. Hechos que hablan más de las relaciones coloniales basadas en la discriminación y la injusticia para con grandes sectores de la humanidad que de las patologías puntuales del migrante. La teórica norteamericana Susan Sontag ha destacado en sus ensayos cómo la enfermedad ha servido en tanto plataforma simbólica y discursiva para rechazar y marginar a quienes son considerados los “otros”, cimentando con un lenguaje disfrazado de científico fenómenos de xenofobia, racismo y clasismo, desde la peste en adelante, pasando por el cólera, la sífilis, la tuberculosis y el SIDA, entre otros cuadros patológicos.

Para el caso latinoamericano resulta importante el trabajo del historiador Diego Armus, quien analizó el impacto de la tuberculosis en Argentina, y revela las discriminaciones de que fueron objeto en Buenos Aires los inmigrantes hispanos a comienzos del siglo XX, especialmente la comunidad gallega, en la que prevalecía el bacilo de Koch. En la primera mitad del siglo XX latinoamericano, las enfermedades infecciosas también fueron pretexto para desarrollar discursos eugenésicos de mejora y defensa de la raza y exacerbar el control del Estado y de las elites políticas sobre la población.

Para nuestra historia local ya en 1918 la Ley de Residencia tendió a crear un vínculo entre extranjero- migrante indeseable y peligrosidad política. Los trabajos historiográficos de María Angélica Illanes y Luis Alberto Romero, entre otros, describen también cómo la migración campo-ciudad generó una marginalidad urbana y focos epidémicos que depararon profundos temores entre la aristocracia y la burguesía nacional. Últimamente, los casos de la gripe porcina en el 2009 y el mortífero brote de ébola del 2014, nos han revelado que los miedos globales en torno a los migrantes no son cosa de un pasado remoto.

Como investigadores/as estimamos pertinente, en virtud de nuestras experiencias investigativas y docentes en la esfera de la historia de la salud y de la ciencia, que los antecedentes existentes invitan a no hacer de la comunidad de inmigrantes de cualquier nacionalidad un objeto de discriminación.

Por esta razón, insistimos en rechazar las expresiones xenofóbicas que, a partir de ciertos casos de enfermedades infecciosas, han generado un alarmismo que es necesario desarticular decididamente con las armas de la educación y la información. Es una tarea ardua, porque el prejuicio no requiere de evidencias. No obstante, existe un deber social por parte de quienes ejercemos el oficio de un pensamiento crítico que debe convocar a quienes creemos en la solidaridad como un eje de nuestra vida social.

A lo largo del siglo XX, Chile adhirió a un sistema global de derechos humanos, sociales y políticos, que no solo reúne loables intenciones. Hoy, la confluencia de la salud y la inmigración simboliza un reto para que nos empeñemos en hacer de ese sistema de derechos y garantías una realidad concreta en el día a día para quienes han abandonado sus países y han hecho de Chile una nueva oportunidad para conseguir una calidad de vida y una dignidad ciudadana que perdieron.

La salud debe ser un lugar de genuina inclusión, y no un factor de discriminación  social.

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