Sin salud no hay nada
En conversaciones callejeras y familiares el dicho “Sin salud no hay nada” es común e inobjetable. Un individuo o una familia X pueden tener un ingreso aceptable o un negocio rentable, pero si no tienen salud, prácticamente no tienen nada. Asimismo, quienes carecen de un buen seguro de salud están conscientes de que si necesitan enfrentar una enfermedad de gravedad no tendrán dónde acudir, y que la posibilidad de caer en el abismo es alta.
Bolivia puede ufanarse por sus ingentes recursos naturales, declarar que tiene una de las economías más estables de la región, o que cuenta con una de las diversidades naturales más apreciables del planeta; pero si no tiene la posibilidad de exhibir un sistema de salud mínimamente decente, tiene muy poco como sociedad, pues no está mostrando algo consubstancial para todo grupo humano: la solidaridad social.
En Bolivia y en la mayoría de los países latinoamericanos ocurren hechos vergonzosos que la costumbre y la indolencia hacen ver como algo normal. Cuando un enfermo o un accidentado son llevados a un hospital, lo primero que hace el personal de salud es preguntar si tiene dinero o seguro antes de atenderlo. Y en caso de que la respuesta sea negativa, con cierto dolor y vergüenza las enfermeras y enfermeros despachan a los pacientes a clínicas privadas o dejan que se mueran en las puertas de los hospitales. La indolencia ha llegado hasta ese punto, cuando la situación debería darse a la inversa. Primero deberían atenderlo y salvar su vida y después averiguar si tiene dinero, seguro, apellido o facha.
El cuadro es aún más trágico en las familias pobres, que constituyen cerca del 60% de la población. Cuando un miembro de una familia de escasos recursos se enferma, generalmente soporta en silencio la vergüenza de no tener los recursos ni un seguro para llevarlo a un hospital privado o al Hospital de Clínicas (en La Paz), dependiente de la Gobernación. Entonces optan por tratar a ese familiar enfermo con medicinas caseras o se limitan a comprar en la farmacia remedios y calmantes que solo distraen el problema.
Hoy, los más de 5,8 millones de bolivianos que no cuentan con un seguro de salud se sienten avergonzados por causa de ese dolor. Estas personas viven con el síndrome de la carencia anticipada, que es el miedo a enfermarse, porque saben que el momento en que venga el problema no sabrá a dónde acudir. Por ello, vivir en un país que ni siguiera puede cubrir una atención gratuita básica de salud equivale a admitir la existencia de una preocupante deficiencia como sociedad.
El panorama de la salud en Bolivia es sumamente doloroso. Si bien una parte de los médicos se muestra dispuesta a respaldar una reforma que garantice una cobertura mínima de salud para todos, otra parte está interesada en hacer naufragar el Sistema Único de Salud (SUS). Ver a médicos marchar en las calles para evitar que todos los bolivianos cuenten con un seguro de salud equivale a sentir que una madre quiere ahogar a su hijo en su propio vientre; se trata de una actitud criminal y sin sentido. Los galenos que se oponen al establecimiento de un seguro universal de salud se encuentran en una situación parecida. Están haciendo el ridículo, más aun tomando en cuenta que la palabra medicina se deriva del latín mederi: cuidar, curar, tratar.
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