La ansiedad es uno de los grandes problemas de esta generación
Son las 8.17. El celular se ilumina. Suena la alarma. Marca posponer. Son las 8.26. La alarma vuelve a sonar. La apaga. Toma el teléfono. La pantalla se activa. WhatsApp: 86 mensajes sin leer. Twitter: 30 notificaciones nuevas. Gmail: 15 correos en la bandeja de entrada. Después, Facebook, Instagram. Segundos más tarde, las noticias. Al final, la radio elegida en TuneIn. Y así todas las mañanas de la semana. Y así todas las noches de la semana. La cabeza, los pensamientos que no se detienen, conectan uno con otro y con otro y así sucesivamente. Todo lo que hay que hacer, el sinfín de post its mentales, las lista interminable de tareas. La vida ansiosa que no se detiene. Ni siquiera en la calma y el resguardo de la cama minutos antes de conciliar, por fin, el sueño y apagar, de una buena vez, el cerebro. Esta, tal vez, sea su rutina, la de la mujer que duerme todas las noches a su lado, la de sus hijos que tienen entre 15 y 23 años, la de su padre de 65, la de todos y cada uno de sus compañeros de oficina. Esta es la rutina de muchos.
La vida cotidiana desde hace, aproximadamente, cinco años es esto: chats laborales a deshoras; 10, 20, 40 minutos dedicados a mirar la vida de los otros en videos de 15 segundos; una tarde entera escaneando una línea del tiempo que no tiene fin sin retener un único concepto dentro del mar de 140 caracteres (ahora, en algunos casos, 280); la madrugada esperando que alguien, del otro lado, nos devuelva un corazón para así iniciar una conversación en la aplicación de citas de turno; horas de retinas tediosas y dilatadas fisgoneando en miles de imágenes de felicidades ajenas. No hay paz, nunca hay paz. Internet no descansa, es infinito, inabarcable, voraz y nosotros, del otro lado, lo queremos todo. Si se puede, ya. Si no, cuanto antes. En esta vida de 24/7 online está el miedo de perdernos de algo, como tan bien lo definió el mundo anglosajón (FOMO, fear of missing out). Por ende, le tememos a no tener el celular con nosotros, un padecimiento que, por supuesto, tiene nombre: nomophobia (no-mobile-phone phobia). En una investigación realizada por Deloitte en Estados Unidos en 2014 se concluyó que, en promedio, los norteamericanos chequean el celular 33 veces al día. La cifra llega a su máxima expresión en el rango de 18 a 24 años, con 74 veces durante las 24 horas.
Ya no es novedad: mirar el celular (la más adictiva de las pantallas) genera desasosiego, intranquilidad. No mirarlo también. De hecho hay varios estudios internacionales que ratifican esa idea. En tiempos donde vivir sin pantallas es una rareza parecería que vivir sin ansiedad también lo es.
Chao, depresión; hola, ansiedad
La década de 1990 fue oscura y depresiva. Fue la era del grunge, de películas como Generación X, El club de la pelea, Las vírgenes suicidas, Inocencia interrumpida, del libro Prozac Nation. La segunda década del siglo XXI es ansiosa. En una nota de The New York Times publicada en junio, el periodista eligió el título Prozac Nation is now the United States of Xanax, en alusión a los medicamentos que se consumen en los distintos casos. También es una guiñada a los que leyeron el libro o vieron la serie United States of Tara (protagonizada por Toni Collette en el papel de una mujer con desorden de personalidad múltiple). Y, al final, es la manera de decir que los años depresivos nos abandonaron hace rato y ahora estamos inmersos en este éter del ansia. El texto da cuenta de todos los productos culturales que aparecieron en los últimos tiempos vinculados a la ansiedad. En el mundo editorial, por ejemplo, las memorias de ansiosos casi que son consideradas un subgénero. Uno de los títulos taquilleros es My Age of Anxiety, escrito por el editor de la revista The Atlantic, Scott Stossel. En una nota publicada en The Guardian sobre qué tienen en común los 21 novelistas norteamericanos (entre ellos Emma Cline, Lauren Groff) que eligió Granta –la revista de culto editada en el Reino Unido– en 2017, la respuesta es, claro, la ansiedad.
En el universo de lo audiovisual las series se han alimentado con frecuencia de estos trastornos. Girls y Master of None –a la cabeza en las producciones para ansiosos– retratan a estos jóvenes neoyorquinos ultradependientes de lo que sucede en las pantallas. Lena Dunham, creadora y protagonista de Girls dijo hace poco lo siguiente: "No recuerdo un momento en el que no me haya sentido ansiosa". La frase se repite casi que de manera copio y pego en hombres y mujeres de las generaciones más jóvenes. De hecho, según un estudio del Instituto de Salud Mental de Estados Unidos, este tipo de desorden se manifiesta de manera cada vez más temprana. En estudiantes liceales de 13 a 17 años se descubrió que 38% de las mujeres y 26% de los hombres sufren un desorden en este aspecto.
En comparación con su prima hermana la depresión, la ansiedad parece estar ganando la batalla por el protagonismo. Google no miente: en los últimos cinco años las búsquedas relacionadas con los temas sobre el trastorno se multiplicaron, mientras que la depresión se ha mantenido en su posición habitual sin muchos exabruptos.
El trastorno: miedo al miedo
Puede empezar por el peso tortuoso en el medio del pecho, seguir por el frío que corre desde la punta de los pies, recorre la espalda y se instala en la nuca, avanzar por un cosquilleo en las manos y explotar en un corazón que parece que galopa dentro del cuerpo. En el medio: los pensamientos fatalistas que acechan como una manada de lobos enjaulados, los músculos que se tensan, la respiración que se agita, la concentración que es casi imposible. Conciliar el sueño: una utopía. La batalla mental es, tal vez, lo más intenso de todo. La preocupación, el miedo –el tan famoso pánico– que no da tregua.
A veces la angustia parte de problemas reales. A veces no. La ansiedad forma parte de la vida moderna, pero también puede ser un desorden con un diagnóstico médico.
La periodista argentina Ana Prieto publicó en 2013 el libro Pánico. Diez minutos con la muerte. El texto es una investigación sobre la historia de estos trastornos mentales a través de la narración de sus ataques de pánico, una de las ramas de los desórdenes de ansiedad. "Cuando atravesé la experiencia fragmentaria, solitaria y desesperante de un trastorno de pánico, pude moldearla con palabras y conjurar muy pronto sus sentencias de muerte y de locura (...). El ataque de pánico es un fin del mundo que cabe en diez minutos; un cataclismo que se ensaña con el cuerpo y con cualquier vislumbre de sosiego que pudiera haber en el alma. Es un intervalo caótico que lo deja a uno perplejo, agotado y horrorizado ante la posibilidad de un nuevo ataque. Que lo deja a uno en un estado permanente de miedo al miedo", escribe Prieto.
En Uruguay no hay cifras de la cantidad de personas que sufren estos trastornos. Sin embargo, Sandra Romano, directora de la Clínica de Psiquiatría de la Facultad de Medicina, explica que la depresión y los desórdenes de ansiedad son los dos trastornos mentales más frecuentes.
La especialista dice que hay que diferenciar entre esos estados en que la persona se siente incómoda y molesta por acontecimientos que está viviendo y los casos extremos en que las rutinas se ven interrumpidas por el malestar constante (ver entrevista).
"No hay que pensar que la solución a la ansiedad es la medicación con benzodiazepinas. Si se recetan es para usarlas en el corto plazo" Sandra Roman, directora de la Clínica de Psiquiatría de la Facultad de Medicina
A principios de este año Sarah Fader –37 años, consultora en medios sociales, residente en Brooklyn, con trastorno de ansiedad generalizado– escribió un tuit y usó un hashtag. La frase This Is What Anxiety Feels Like (así se siente tener ansiedad) pasó a funcionar como un mantra para los ansiosos que, obviamente, están en Twitter, la red social número uno del ansioso tipo. El hashtag sigue en funcionamiento y es casi una red virtual entre personas que tienen algún trastorno o desorden y también entre las que están inmersas en la vorágine del siglo XXI.
El quid de la cuestión es que los ansiosos son muchos y desde hace años saben que no están solos. Están en las redes, los libros, las series y las películas. Solo hay que buscarlos.
Entrevista a Sandra Romano, directora de la Clínica Psiquiátrica de la Facultad de Medicina
-¿Cuál es la diferencia entre ser ansioso y tener un trastorno de ansiedad?
-La sensación de incomodidad, inquietud, temor, que puede venir de situaciones existenciales que generan molestia no necesariamente es un problema. Son reacciones frente a una situación de mucha tensión. De todas maneras hay que atenderla porque hay algo que no está bien. No es necesaria una consulta. Lo que sí es importante es la revisión. Y preguntarse: ¿a qué situaciones de estrés me estoy exponiendo?, ¿cuántos momentos de esparcimiento tengo? ¿estoy haciendo ejercicio?, ¿estoy llevando una vida saludable en cuanto a horas de sueño y alimentación?
-¿Cuál debe ser la señal de alerta frente al trastorno?
-Cuando este tipo de vivencias pasan a ser invalidantes para llevar adelante ciertas actividades y pasan a generar una dificultad en la vida cotidiana. Uno tiende a interpretar la incomodidad como un síntoma de un trastorno y no necesariamente lo es. A veces es solo una alarma que tiene que ver con el ritmo de vida, la hiperexigencia, situaciones de estrés, los hábitos de vida poco saludables. Hay que saber diferenciarlos bien.
-¿Cuánto influye en los estados de ansiedad la vida moderna y la incapacidad para desconectar?
-Es interesante cuando uno cambia la manera de pensar. En lugar de decir "Esto que me pasa es ajeno a mí y no puedo hacer nada al respecto", hay que pensar "Yo puedo hacer algo para modificarlo". Se pueden cambiar algunos horarios, hábitos de vida (hacer más ejercicio, tener un sueño adecuado). La clave es elegir modificar la manera en que se vive en estos días.
-En el caso de que la persona no pueda resolverlo sola y elija ir a una consulta especializada, ¿el tratamiento inicial siempre es con benzodiazepinas?
-No siempre. La estrategia no es solo farmacológica, también es psicoterapéutica. No hay que pensar que la solución a la ansiedad es la medicación con benzodiazepinas. Si se recetan es para usarlas en el corto plazo. Aun cuando se necesitan psicofármacos puede que no sean esos los que se usen. Y además hay muchas estrategias que no implican el uso de psicofármacos. Lo primero es sacar esa idea de: "Estoy ansioso, tengo que tomar un tranquilizante"
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