Sólo las cebras y los yoguis no tienen úlceras (o depresión)
Sí, usted lo piensa. No se lo dice a su novia o a ese primo milennial que le habla del jugo de kale y prefiere los huevos de gallina araucana o a aquel amigo mexicano que elige irse de fin de semana largo a la calma de Real de Catorce y no a la charanga de Playa del Carmen, pero lo piensa: esto de la meditación, el tai chi, el wu shu en espejo y el yoga es para blanditos (excepto el Bikram yoga con sus ambientes a 42 grados y demandas corporales de doble de riesgo hollywoodense).
Está equivocado. Y equivocada. Brusquedad, velocidad y potencia tienen lo suyo, pero sutileza, continuidad y ritmo pueden lograr cosas sorprendentes: “revertir” reacciones moleculares en el ADN relacionadas con varias enfermedades y la depresión, por ejemplo.
Es lo que afirma un grupo de investigadores de las universidades inglesas de Coventry y Radboud tras analizar 18 estudios realizados a lo largo de una década, los que suman 846 participantes de más de 11 años.
Para unificar las diversas disciplinas o experiencias involucradas las unieron bajo una única etiqueta: intervenciones mente-cuerpo (IMC). Los investigadores se centraron en ver cómo se afectaba la expresión génica; esto es, la forma en que los genes se activan para producir proteínas que influyen en la composición biológica del cuerpo, el cerebro y el sistema inmunitario.
Sucede que, cuando una persona está expuesta a un evento estresante, su sistema nervioso simpático (SNS) -el sistema responsable de la respuesta de “lucha o huída” (figth or fligth)- se activa, a su vez aumenta la producción de una molécula llamada factor nuclear kappa B (NF-kB, por sus siglas en inglés) que regula cómo se expresan nuestros genes.
NF-kB “traduce” el estrés al activar genes para producir proteínas llamadas citoquinas que causan inflamación a nivel celular, una reacción que es útil como reacción de lucha o huida de corta duración, pero si persistente conduce a un mayor riesgo de cáncer, el envejecimiento acelerado y trastornos psiquiátricos como la depresión.
Según el estudio, sin embargo, las personas que practican IMC exhiben el efecto opuesto: una disminución en la producción de NF-kB y citoquinas, dando lugar a una inversión del patrón de expresión génica pro-inflamatoria y una reducción en el riesgo de inflamación relacionada
Enfermedades y afecciones
Los autores del estudio dicen que se cree que el efecto inflamatorio de la respuesta de lucha o huida -que también sirve para reforzar temporalmente el sistema inmunológico- habría desempeñado un papel importante en la prehistoria cuando la humanidad se componía de cazadores y recolectores. La actividad en bosques, sabanas, pantanos y montañas era intensa y había un mayor riesgo de infección por heridas, casuales o resultado de la persecución y lucha con las presas (amén de la huída de predadores que atacaban a los seres humanos).
Sin embargo, en la sociedad actual, donde el estrés es cada vez más psicológico y a menudo de más largo plazo, la expresión génica pro-inflamatoria puede ser persistente: no se apaga cuando la serpiente o el puma quedaron atrás y, por lo tanto, más propensa a causar problemas psiquiátricos y médicos.
La investigadora principal Ivana Buric del Laboratorio de Cerebro, Creencias y Comportamiento en el Centro de Psicología, Comportamiento y Logro de la Universidad de Coventry dijo, al respecto:
"Millones de personas en todo el mundo ya disfrutan de los beneficios para la salud de las intervenciones mente-cuerpo como el yoga o la meditación, pero lo que tal vez no se dan cuenta es que estos beneficios comienzan a nivel molecular y pueden cambiar la forma en que nuestro código genético maneja su negocio.
"Estas actividades (las IMC) están dejando lo que llamamos una firma molecular en nuestras células, lo que invierte el efecto que el estrés o la ansiedad tendría sobre el cuerpo al cambiar la forma en que nuestros genes se expresan. Pues simplemente, las IMC hacen que el cerebro dirija nuestros procesos de ADN a lo largo de un camino que mejora nuestro bienestar”, agregó.
No obstante, "hay que investigar más para entender estos efectos con mayor profundidad, por ejemplo, cómo se comparan con otras intervenciones saludables como el ejercicio o la nutrición, pero ésta es una base importante para ayudar a los futuros investigadores a explorar los beneficios de las disciplinas u ocupaciones mente-cuerpo que son cada vez más populares", concluyó. Es que, como señaló agudamente Robert M. Sapolsky, el gran investigador del estrés, hay una razón clara que explica por qué las cebras no tienen úlceras y los seres humanos sí, nosotros tenemos un mundo inmensamente más complejo que el de las cebras, pero el precio son las “duchas” citoquinas a las que nos sometemos diariamente.
Imagen: Ivana Buric, investigadora del Coventry University's Centre for Psychology, Behaviour and Achievement. Crédito, Coventry University.
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