Transhumanismo: La solución a la pérdida de los sentidos
¿A quién no le ha pasado que, de repente, le ha venido un olor intenso y rápidamente se ha dado cuenta de que estaba degustando las croquetas de su abuela? A esta sensación tan extraña y placentera, en la que se estimula un sentido, aunque se produce la impresión de otro diferente, se conoce como sinestesia, según los científicos. Este descubrimiento científico está empezando a tener una aplicación práctica gracias a las nuevas tecnologías porque, como dijo el pionero neurocirujano Paul Bach-y-Rita en El Confidencial, “no vemos con nuestros ojos, sino con nuestro cerebro”.
Desde pequeños, nos han enseñado que existen cinco sentidos: vista, tacto, oído, gusto y olfato. Pero existen otros canales por los que el cerebro recoge información como el equilibrio o la propiocepción, capacidad de sentir la posición relativa de partes corporales contiguas.
Además, en el mundo animal existen otros “poderes” de los que el ser humano carece. Algunos insectos son capaces de notar los campos electromagnéticos, especies de peces pueden detectar los campos eléctricos y las serpientes pueden ver la luz infrarroja.
Pero, ¿cómo puede utilizarse la sinestesia y el conocimiento que se tiene de los sentidos para mejorar la vida de la gente? Existen varios avances en los que la unión de la tecnología y la ciencia han permitido que las personas invidentes recuperen, en cierta medida, el sentido que no tienen.
BrainPort V100 es un dispositivo que ayuda a las personas con discapacidad visual a recibir información desde la lengua. El mecanismo consiste en poner una cámara entre los ojos que se conecta a un procesador que emite pulsos eléctricos a una placa colocada en la lengua. Los nervios sensoriales reconocen estos estímulos que el cerebro interpreta. Refleja algo parecido a una fotografía del mundo un poco peculiar.
Bill Conn, gerente de Wicab, empresa encargada de desarrollar BrainPort, comentó que “ayuda a mejorar la movilidad, el reconocimiento de los objetos, como puertas, ascensores u obstáculos, y a identificar a las personas y sus movimientos”.
Conn asegura que podemos hablar de un nuevo sentido porque las personas que utilizan este dispositivo “sienten formas en la lengua, sienten como burbujas o vibraciones. A través del entrenamiento, aprenden a entender las formas y lo que representan”, ya que los usuarios pasan entre tres y cuatro días con el dispositivo antes de adquirirlo. Al 70% de quienes lo prueban terminan por comprarlo, según los datos que facilita la compañía.
El neurocientífico en Standford David Eagleman ha desarrollado una tecnología parecida, pero enfocada a las deficiencias auditivas. Vest consiste en un chaleco que convierte los ruidos en vibraciones que el cerebro aprende a interpretar como sonidos específicos.
Pero todos estos cambios en la biología de las personas nos lleva a plantear hasta dónde vamos a llegar. “La integración entre las personas y las máquinas parece inevitable”, comenta Ryan O’Shea, consejero de Grindhouse Wetware, empresa dedicada a utilizar mecanismos para aumentar las fronteras sensoriales de las personas.
Una de las creaciones más importantes es un mecanismo que le permite al usuario tener los contornos de la habitación en la que está con los ojos cerrados.
Aunque no es el único. Han ideado también Cicardia, un dispositivo que se integra por debajo de la piel del brazo y que recoge toda la información del usuario y la transmite vía Bluetooth al dispositivo. Este aparato está siendo mejorado para incluir más información con respecto al pulso del individuo, presión arterial o frecuencia cardíaca.
Pero el máximo exponente en esto de la modificación de los sentidos tiene nombre propio. Neil Harbisson ha sido el primer hombre reconocido como cyborg, una combinación entre las palabras cibernético y organismo, por un gobierno. Harbisson, un artista inglés que nació con ceguera, ha conseguido ver el mundo, aunque en escala de grises, gracias a una antena que tiene implantada en el cerebro. Este dispositivo le permite también percibir la luz de infrarrojos o ultravioleta, unas frecuencias que el resto de las personas no observan.
“El transhumanismo es el resultado inevitable de nuestra actual tasa de expansión y aceleración tecnológica”, comenta O’Shea.
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