Usted no controla su cuerpo, lo controla la comida. Y mucho
Investigación demuestra que los alimentos modifican el funcionamiento del ADN. La “regulación génica vía la red metabólica” podría revolucionar el mundo de la nutrición y los fármacos.
¿Tiene claro a ese Sr. con forma de papa con el que se encuentra, madrugador, siempre el primero en la parada del bus? ¿Y a esa anciana, no demasiado alta, pero si delgada, que aparece por la peluquería quejándose –coqueta– de cómo es que su pelo canoso y crespo parece una vigorosa fuente, disparada hacia lo alto y detenida justo a tiempo antes de derramarse? Por supuesto que se ha cruzado con aquel post adolescente de 6ºB al cual, si le cortaran la cabeza, quedaría hecho la hamburguesa humana que es, bamboleándose sobre aquella bicicleta BMX que no le sirve de nada para bajar de peso.
Adivinando sus dietas podríamos decir que el primero come demasiado carbohidratos (muchas papas, entre ellos), que la segunda se cuida casi vegetariana (mucha acelga cocida, en invierno) y que al tercero, sino le han dado la membresía como el cliente perfecto en el McDonald del barrio(mucha grasa monoinsaturada y azúcares a cualquier hora), es porque les hace problema cada vez que va con sus quejas por el estacionamiento de la bicicleta.
Si los vieran, las bisabuelas y los romanos, esa gente que vivió hace tanto tiempo, sonreirían y dirían que, ¿cómo extrañarse que sean, respectivamente, una papa, una acelga y una hamburguesa con piernas? Si cada uno es lo que come. A los fisiólogos y nutricionistas, en cambio, siempre les ha parecido que la caricatura puede contener algo de verdad, pero que –sí de metabolismo y salud se trata– no se avanza a punta de chistes fáciles.
Hasta ahora.
Tradicionalmente el tema de cómo nuestra alimentación define la forma de nuestros cuerpos se basó, primero, en la cantidad; luego, en el siglo pasado, se le sumó el tipo de alimentos. Esto es, de dónde saca el cuerpo la energía para mantenerse (¿carbohidratos-azúcares o grasas-proteínas?) y si tiene a su alcance micronutrientes o no (vitaminas, oligoelementos, etc). Y ahora, a comienzos del siglo XXI, despunta la importancia de conocer el perfil genético (cómo venimos, ya por herencia, con ciertas ventajas o desventajas en cuanto al procesamiento de lo que nos alimenta).
Pero resulta que un trabajo, publicado el jueves pasado en la revista Nature Microbiology, parecería estar cerrando el círculo y dándole mucha más razón a las bisabuelas (y los romanos): sucede que casi todos nuestros genes pueden ser influenciados por los alimentos que comemos.
Lo anterior pone patas para arriba la creencia firme de que los alimentos que ingerimos son nada más que los materiales para levantar y reparar una casa (nuestro cuerpo), pero que los planos (el material genético o ADN) siempre mandan. Lo que el equipo internacional de investigadores, dirigido por el Dr. Markus Ralser en la Universidad de Cambridge y el Instituto Francis Crick, Londres, descubrió es que, bueno, como ocurre en la arquitectura, la abundancia o ausencia de tal o cual material obliga a cambiar los planos.
“El punto de vista clásico es que los genes controlan la forma en nutrientes se descomponen en moléculas importantes, –explica Ralser– pero hemos demostrado que lo contrario es cierto también: cómo los nutrientes se descomponen afecta al comportamiento de nuestros genes”. ¿De qué manera? “El metabolismo celular juega un papel mucho más dinámico en las células de las que se pensaba anteriormente”, continúa el investigador. “Casi todos los genes de una célula están influenciados por cambios en los nutrientes que tienen acceso. De hecho, en muchos casos, los efectos (en la investigación) eran tan fuertes, que el cambio de perfil metabólico de una célula podría hacer que algunos de sus genes se comportan de una manera completamente diferente”.
Lo interesante es que lo anterior no afecta sólo a los alimentos, sino también a los fármacos. En los cánceres, por ejemplo, las células tumorales desarrollan múltiples mutaciones genéticas, que cambian la red metabólica en las células. Esto a su vez podría afectar el comportamiento de los genes y puede explicar el por qué ciertos fármacos no funcionan en algunas personas.
Incluso los mismos experimentos con seres vivos, tejidos o células se verían afectados: “Experimentos biológicos a menudo no son reproducibles entre laboratorios y, a menudo, nosotros culpamos a los investigadores que los hacen de descuidados. Parece, sin embargo, que las pequeñas diferencias metabólicas pueden cambiar los resultados de los experimentos”. Por ello, sugiere, “hay que establecer nuevos procedimientos de laboratorio que controlen mejor las diferencias en el metabolismo. Esto nos ayudará a diseñar experimentos mejores y más fiables”.
Volviendo a los cuerpos de nuestros vecinos, el trabajo de Ralser agrega, entonces, un cuarto componente al puzzle de cómo lo que comemos nos convierte en lo que somos: la regulación génica vía la red metabólica. Es decir, los alimentos.
Estudios anteriores ya habían sugerido que, en ocasiones, la red metabólica, las reacciones bioquímicas que se producen dentro de un organismo y dependen principalmente de los nutrientes que una célula tiene a su disposición (los azúcares, aminoácidos, ácidos grasos y vitaminas que se derivan de los alimentos que comemos) podía afectar a la operación de nuestro material genético. Pero no que lo hiciera masivamente.
La moraleja es clara. Si se confirman los hallazgos de Ralser, la nutrición no será más sólo un asunto de cantidad y proporción. Ahora sabemos que lo que nos metemos en la boca y tragamos tiene algo que decir sobre lo que somos y, si no tenemos cuidado, sabe cómo apretar los botones pertinentes y convertirnos en algo que no sospechamos y, muchas veces, no queremos.
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