Chile: Consumo de bebidas azucaradas bajó 21,6% por ley de impuesto

Miércoles, 11/07/2018
Desde 2014, cada chileno redujo su consumo de gaseosas y jugos con azucares adicionados en 700 mililitros al mes.
El Espectador

En 2014, el gobierno de Michelle Bachelet le ganó el pulso a la industria de las bebidas azucaradas, o gaseosas. Ese año, la entonces presidenta incluyó un Impuesto Adicional a las Bebidas Azucaradas (IABA) en la reforma tributaria y logró que el legislativo de ese país aprobara un impuesto del 18% para las bebidas con 6,25 o más gramos de azúcar añadida por cada 100, y un 10% para aquellas con menos concentración.

Hoy, las medidas de Bachelet empiezan a dar sus primeros frutos. 

Tras indagar en 2.900 hogares chilenos, el profesor e investigador de la Universidad de Chile, Cristóbal Cuadrado, descubrió que desde 2014 los chilenos han disminuido su consumo de bebidas azucaradas en un 21,6%.

En plata blanca, lo que estas cifras quieren decir es que desde la entrada en vigencia del impuesto, cada chileno redujo su consumo de gaseosas y jugos con azucares adicionados  en 700 mililitros al mes. Esto, en un país donde la obesidad ya afecta al 31,2% de la población, es un paso clave para luchar contra esa epidemia de salud pública.

Cuadrado le dijo al diario El País que “pese a que fue un impuesto de magnitud pequeña, logró generar una modificación del consumo de los hogares, lo que habla positivamente del potencial de este tipo de medidas”. 

Esta no es la única medida de Chile para enfrentarse a la epidemia de obesidad que causa una de cada diez muertes en el mundo. Ese país implementó sellos de advertencia para los alimentos que son altos en nutrientes críticos como calorías, sodio, grasas saturadas y azúcar.

Más recientemente, en 2016, prohibió la publicidad de ese tipo de productos dirigida a menores de 14 años, incluidas promociones de enganche mediante la utilización de regalos o concursos. Fue así como los niños se despidieron del tigre Tony, de Kellogg’s, al Chester Cheetos, y de los huevos Kinder Sorpresa, con un juguete en su interior. Asimismo, en las escuelas chilenas está prohibido vender helados, chocolates y papas fritas.

Obviamente, los gigantes alimentarios siguen dando la pelea en tribunales con la excusa de que las medidas van en contra de las leyes de propiedad intelectual. 

“Fue un combate de guerrilla difícil de ganar”, dijo al New York Times el senador Guido Girardi, vicepresidente del senado chileno y uno de los impulsores de las medidas. “La gente tiene el derecho a saber que estas empresas de alimentos están sacando esta basura y, con esta legislación, creo que Chile ha hecho una contribución inmensa a la humanidad”.

Si bien las medidas aun son demasiado recientes para generar un impacto sobre las tazas de obesidad, de acuerdo con el diario estadounidense, sí ha generado que los productores de alimentos cambien sus productos. De acuerdo con la la Asociación de Alimentos y Bebidas de Chile (AB Chile), desde que la ley entró en vigor más de 1500 productos –o el 20 por ciento de todos los que se comercializan en Chile– han sido reformulados para evitar los temidos sellos negros.

Los más pobres no sufren con este impuesto

El estudio refuerza además otros realizados por la OMS, que demuestran la mentira detrás del argumento de que si se le ponen impuestos a estas bebidas, los más perjudicados serán los pobres. 

La industria de estas bombas azucaradas dicen que en todo el mundo, las personas más pobres dedican una mayor parte de sus ingresos a comprar estos productos. Y eso es cierto. Lo que no es cierto, encontraron cinco estudios publicados en marzo en la revista The Lancet, es que los impuestos ponen en riesgo la alimetanción de los mas pobres.

En esa ocasión, científicos recogieron datos en 13 países con este tipo de medidas impositivas a las bebidas azucaradas y se dieron cuenta de que  los impuestos sobre el alcohol, las bebidas azucaradas y alimentos poco saludables repercuten sobre todo en los hogares más ricos, porque son estos los que registran un mayor consumo de estos productos. Cuando suben los precios, los más pobres simplemente dejan de comprarlos y los reemplazan por otros más saludables, reportaron los investigadores.

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