Colombia: Aumentan los pacientes en hospitales cuando baja la calidad del aire
Número a número, letra a letra, parágrafo a parágrafo se libra la dura batalla por la licitación para comprar más de 1.161 buses para Transmilenio en Bogotá. ¿Serán buses alimentados por diésel, una tecnología conocida, quizás más económica, pero altamente contaminante del aire? ¿O finalmente entrará una nueva flota de vehículos alimentados con energías más limpias que no arrojen toneladas y toneladas de micropartículas y gases sobre nuestras cabezas, contra nuestros pulmones?
La disputa refleja la fuerza que ha cobrado una preocupación entre los colombianos: la calidad del aire que respiran. Poco a poco se expanden las redes de monitoreo de calidad del aire en las ciudades, comienzan a formularse políticas más estrictas, se contrata a funcionarios expertos en el tema, algunas administraciones saben que es mejor lanzar alertas cuando la cosa se pone fea. Todo esto mientras industriales y activistas colisionan en los pasillos de las entidades que regulan el asunto. “Debemos pensar en el aire como pensamos en el agua”, dice el médico e investigador de la Universidad del Norte, en Barranquilla, Julián Alfredo Fernández-Niño. “Todos estamos conscientes de cuidar el agua y las reservas forestales, pero no estamos conscientes del aire como patrimonio colectivo”.
Fernández, junto a Laura Rodríguez, de la Universidad Industrial de Santander; Néstor Rojas, de la U. Nacional; Luis Camilo Blanco, de la U. Santo Tomás, y Víctor Herrera, de la U. Autónoma de Bucaramanga, decidieron investigar de qué manera la calidad del aire en las principales ciudades del país estaba impactando la salud de los colombianos. Cientos de estudios han señalado que existe una relación directa entre niveles de contaminación y enfermedades respiratorias, cardiovasculares y mortalidad. El problema, dicen, es que la mayoría de esas cifras corresponden a países desarrollados y al impacto a largo plazo, no a los efectos agudos en las poblaciones colombianas.
Los cinco investigadores decidieron mirar de cerca la conexión entre los niveles de aire contaminado y el impacto en la salud de los colombianos. Para ello recopilaron datos de cuatro años (2011 a 2014) de las redes de monitoreo de aire en Bogotá, Medellín, Cali y Bucaramanga. Lo mismo hicieron con la información contenida en una base de datos conocida como Registros Individuales de Prestación de Servicios, que no es otra cosa que los reportes de clínicas y hospitales. Ahí está la información de las personas de todas las edades que llegan cada día a las salas de urgencias.
¿Qué tanto aumentan las consultas por enfermedades respiratorias y cardiovasculares, infartos, anginas o fallas cardíacas cuando en una ciudad se disparan los niveles de contaminación? Con esa pregunta en mente limpiaron la información, combinaron los datos y analizaron los resultados.
Las conclusiones de la investigación, publicada en el International Journal of Environmental Research, demuestran que el asunto debería subir a la primera línea de preocupaciones del sector salud y ambiental. Cada vez que los niveles de contaminación aumentan en una ciudad, en las 24 a 72 horas siguientes comienzan a aumentar los pacientes que tocan la puerta de urgencias. Los más afectados son los niños de entre cinco y nueve años, con enfermedades respiratorias, y los mayores de 60 años, con problemas como infartos, anginas de pecho, enfermedades cerebrovasculares o fallas cardíacas descompensadas.
“En el país teníamos estudios que relacionaban efectos de contaminación y salud a largo plazo, pero no teníamos un estudio como este, en varias ciudades, y que diera cuenta del efecto de esos contaminantes en morbilidad, es decir, en los efectos agudos sobre la salud”, explica Laura Rodríguez, autora principal de la investigación, profesora del Departamento de Salud Pública de la Universidad Industrial de Santander.
Un resultado que arroja la investigación y debería obligar a funcionarios y políticos a repensar el problema es que el material particulado no debería ser la única preocupación. “Aquí vivimos muy preocupados del material particulado, PM 10 y PM 2,5, pero no se miden otros contaminantes. El estudio demuestra que el dióxido de nitrógeno y el azufre, cuando interactúan juntos, tienen un efecto sobre la salud cardiovascular de adultos mucho más alto”, explicó Rodríguez.
El trabajo mostró que el problema es complejo y tiene muchas caras. Entre ciudad y ciudad varían los grupos de edad más afectados. En Cali, por ejemplo, aumentos en el material particulado PM 10 influyeron más en las visitas de enfermedades respiratorias en niños menores de cinco años, y los niveles de dióxido de nitrógeno y material particulado PM 2,5 en las enfermedades circulatorias en adultos. En Bucaramanga, en cambio, se encontraron asociaciones más fuertes en concentraciones de PM 10 y las enfermedades cardiovasculares en adultos, y entre las concentraciones del gas SO2 y las respiratorias en niños menores de cinco años. “Nos sorprendió ver impacto en mayores de 60 años sobre enfermedades cardio y cerebrovasculares, particularmente asociados a un contaminante, que es el dióxido de nitrógeno”, recalca Fernández, de Uninorte. Cada vez que la concentración de este gas aumenta 6 microgramos por metro cúbico, las consultas por enfermedad cardiovascular suben un 6 %. En el caso de niños de cinco a 12 años, esa misma concentración aumenta las consultas neumológicas un 10 %.
Los investigadores colombianos también quisieron averiguar cuántos días más, después de un pico de contaminación, persisten los efectos sobre la salud. Lo llaman el “efecto rezago”. Aunque el mayor impacto se evidencia del primer al tercer día, corroboraron que aún 10 días después persisten en menor nivel las afectaciones sobre la población.
La publicación de la investigación coincidió con la firma de un documento Conpes de calidad del aire. Se trata de una serie de recomendaciones que deja el actual gobierno para que de aquí a 2028 se tomen medidas que permitan reducir los niveles de aire contaminado que respiran los colombianos. El desafío es complejo. El documento exige el involucramiento de varios sectores: transporte, industria, energía, ambiente, vivienda y salud. Para mejorar la calidad del aire a nivel nacional, de aquí al 2028, tendrían que invertirse cerca de $16.637 millones a través de diferentes estrategias. Una de ellas, y quizás la más importante, es modernizar el parque automotor mediante la incorporación de tecnologías limpias y la desintegración de vehículos contaminantes.
“El Gobierno por lo general se compromete con metas intermedias de calidad de aire, intentando satisfacer las exigencias del sector salud, pero también las de la industria. Al final de cuentas, los efectos de buena parte de la normatividad no están protegiendo la salud de la gente”, reflexiona la doctora Rodríguez.
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