Costos económicos y sociales de la obesidad: Un llamado a la acción

Viernes, 12/05/2017
Por Santiago Machado, Director General de Sodexo Servicios de Beneficios e Incentivos
Santiago Machado

Si consideramos los resultados del último Mapa Nutricional 2016, estudio desarrollado por JUNAEB en Chile, que determinó que más del 50% de los niños entre cinco y siete años está sobre su peso y que la misma situación se repite en uno de cada tres adolescentes de primero medio, estamos frente a un escenario poco alentador.

Respecto a las principales causas, podemos identificar, en primera instancia, inadecuados hábitos alimenticios, así como también el sedentarismo. Este último, también tiene índices bastante preocupantes: el 80,1% de la población chilena es clasificada como sedentaria, según la última Encuesta Nacional de Hábitos de Actividad Física y Deportes.

Conscientes de esta situación que se vive en Chile y en general en los países de América Latina es que el Instituto de Calidad de Vida de Sodexo  -iniciativa desarrollada por la compañía en el 2009 para profundizar su compresión acerca de cómo la Calidad de Vida influye en el desarrollo de las personas y contribuye al desempeño de las organizaciones- realizó a fines del año pasado en nuestro país una Mesa Redonda donde se abordó esta problemática, en la que participaron representantes de Chile, Brasil y México. En ella, los expertos determinaron la urgente necesidad de hacer un llamado a la acción tanto del sector público como privado para prevenir la obesidad: cambios regulatorios y estructurales, iniciativas de modificación de comportamiento, políticas públicas, marketing social, publicidad y programas de salud. Nuestro llamado es a actuar y realmente comprender los costos económicos y sociales de esta enfermedad.

En términos de salud, los participantes determinaron que el sobrepeso y la obesidad son grandes factores de riesgo para enfermedades no contagiosas como diabetes, algunos tipos de cáncer como los de mama, ovario, próstata, hígado, vesícula, riñón y colon.  Por su parte, los niños obesos también experimentan dificultades respiratorias, mayor riesgo de fracturas, hipertensión, resistencia a la insulina (incluso en preescolares) y efectos sicológicos por acoso y aislamiento. Aunque la obesidad está más extendida entre personas de menores recursos en países como Chile y México, trasciende a todos los grupos socioeconómicos en América Latina. Sin embargo, la conciencia del impacto económico y social de la obesidad es baja aun cuando los costos ya son elevados y están en alza.

En Chile, se calcula que los costos derivados de la obesidad llegaron a 0,54% del PIB en 2016  y que se triplicarán para 2030. Además, los trabajadores obesos resultan seis veces más caros que aquellos de peso normal, debido a factores como ausentismo y pérdida de productividad.

Considerando lo anterior, el llamado a la acción es urgente tanto para el sector público como privado. Desde el primero proporcionando las políticas y regulaciones que favorezcan ambientes de nutrición saludable y cambios conductuales sostenidos. En materia de políticas públicas, es necesario organizar recursos para cambiar el paradigma discursivo y de intervención. Por ejemplo, cuando hay iniciativas, con frecuencia la evaluación (y no una simple enumeración) es pobre o inexistente. Faltan indicadores de progreso y resultados que no se basen sólo en peso, sino también en conductas que motiven acciones, que reconozcan desempeño y tengan sentido a nivel individual, comunitario (incluyendo escuelas y lugares de trabajo) y poblacional.

Por su parte, las organizaciones no gubernamentales (ONG) tienen un rol que desempeñar, ya que con frecuencia disfrutan de mayor confianza que los sectores público o privado, y a veces tienen un conocimiento muy cercano de una población específica (por ejemplo, embarazadas) o comunidades geográficas. 

En cuanto a la industria, en toda América Latina gran parte de la ingesta alimentaria de la mayoría de las personas viene de sistemas de producción industrial e incluye una proporción creciente de sodio, azúcares y grasas procesadas. La industria de alimentos tiene un papel que jugar, una responsabilidad, y hay espacio significativo para que haga una contribución valiosa a la lucha contra la obesidad.

Puede que una de las mejores maneras de abordar la obesidad en América Latina sea mirar “más allá del ombligo” para trabajar juntos y conseguir el apoyo necesario para inspirar nuevas formas de acción para hacer frente a estos desafíos urgentes del siglo 21 para mejorar nuestra calidad de vida. 

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