¿Se puede cambiar el cerebro?
La neuroplasticidad es la capacidad del cerebro de cambiarse a sí mismo en función de lo que sucede en su entorno. Diversas experiencias muestran que su potencial no es para despreciar.
Think Big. El 6 de junio de 2007, Debbie Hampton, de Greensboro, Carolina del Norte, divorciada y con dos hijos, intentó suicidarse. La encontraron y la trasladaron en el hospital, donde después de recuperarse de un estado de coma, fue diagnosticada con encefalopatía. Debbie no podía tragar ni controlar su vejiga. No podía entender lo que veía y apenas podía hablar. Después de una estancia en un centro de rehabilitación, comenzó a recuperarse lentamente.
Pero lo que realmente cambió su vida fue cuando leyó “El cerebro que se cambia así mismo”, del psicoterapeuta canadiense Norman Doidge. Después de leerlo, comenzó una vida “saludable para el cerebro” que incluía yoga, meditación, dieta y una actitud mental positiva. Hoy en día, es co-propietaria de un estudio de yoga, ha escrito una autobiografía y una guía titulada “Vida saludable para el cerebro”.
La ciencia de la neuroplasticidad, dice, le ha enseñado que “no nos quedamos con el cerebro con el que nacemos, lo cambiamos. La neuroplasticidad nos permite cambiar nuestras vidas. Pasar de ser víctimas a vencedores. Es como un súper poder”.
Debbie no es la única entusiasta de la neuroplasticidad, conocida como la capacidad del cerebro para cambiarse a sí mismo en función de lo que sucede en nuestro entorno. Muchos celebran sus beneficios “sorprendentes” y hasta una breve búsqueda en Google basta para enterarse de que la neuroplasticidad es un descubrimiento científico “mágico” que muestra que nuestros cerebros son como “plastilina”. Esto significa que “nuestros pensamientos pueden cambiar la estructura y la función de nuestro cerebro”, y que al hacer ciertos ejercicios es posible aumentar su “fuerza, tamaño y densidad”. Es justo lo que defiende Deepak Chopra: “La mayoría de la gente piensa que su cerebro está a cargo de ellos. Nosotros decimos que estamos a cargo de nuestro cerebro”.
Aunque la idea de que el cerebro adulto puede sufrir cambios positivos significativos recibió atención esporádica a lo largo del siglo 20, en general se pasó por alto. No fue hasta la década de 1960 que la “ciencia del futuro” ofreció la primera evidencia de que la información parecía ser procesada en la corteza visual y que los cerebros podían reconectarse a sí mismos de una manera radical, algo que se pensaba imposible.
“Lo que sí sabemos es que casi todo lo que hacemos, todos nuestros comportamientos, pensamientos y emociones, cambian nuestro cerebro debido a cambios en la química o la función cerebral”, dice el psicólogo Ian Robertson. “La neuroplasticidad es una característica constante de la esencia misma de la conducta humana”.
Entonces ¿está de acuerdo en que el poder del pensamiento positivo ha ganado credibilidad científica? “La respuesta sí, pero con limitaciones. En primer lugar está la influencia de nuestros genes”, responde Robertson. Esta es, pues, la verdad sobre la neuroplasticidad: existe y funciona, pero no es un descubrimiento milagroso que te haga, con un poco de esfuerzo, amante del brócoli, maratonista, inmune a enfermedades y genio.
Por supuesto, nuestro cerebro maleable se ha moldeado a sí mismo a estos ritmos. A medida que crecemos, los mitos optimistas se arraigan tanto en nuestra cultura que terminamos olvidando el hecho de que son mitos. La ironía es que cuando los científicos describen cuidadosamente a los ciegos que logran ver o los sordos que finalmente pueden escuchar, y nosotros los interpretamos como milagros salvajes, es justamente culpa de nuestra neuroplasticidad.
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